Soy un náufrago en medio de una isla desierta. Estoy encantado. No tengo que contestar al teléfono, ni al correo electrónico, ni hacer la declaración al fisco. No tengo que aguantarle el rollo en los cafés a mis amigos marxistas de café;ya quedan pocos, por cierto, es una especie en extinción;. El ruido ambiental nunca sobrepasa los 55 decibelios permitidos por la legislación. No tengo que escuchar la radio, ni ver la tele, ni leer la prensa, cada vez más insoportables. No tengo que sufrir el ruido del camión de la basura, ni separarla según sea de origen orgánico, mitológico u ornamental... Aquí la naturaleza en estado puro lo recicla todo ella sola. No tengo que hacer la limpieza de nada, ni pasar la aspiradora, ni lavar y tender la ropa, ni comprar productos ecológicos, ni nada, porque todo está organizado como corresponde al estilo de vida de un auténtico náufrago: dentro de un caos descomunal.

Los viernes por la tarde viene el señor homónimo a echarse una partidita de wari, un juego ancestral de por aquí. Después charlamos un rato. Me gusta vivir así, al margen, en esta espléndida metáfora de la isla desierta. Tengo que enterarme por qué medio de transporte viene el señor Viernes, precisamente los viernes, no sea que vaya a ser un agente de la CIA o un representante del imperialismo de la pérfida Albión del señor Crusoe, y esto se convierta en un pandemónium, en lugar de esa cálida metáfora delicuescente y discrecional a la que antes me refería.

JUAN YANES