Mis papás son un poco especiales. Bueno, toda mi familia es un poco especial. Vivimos en un quinto piso sin ascensor en las afueras, y cuando bajamos a la calle no lo hacemos por la escalera, como los vecinos de los otros pisos, que son todos unos incompetentes, como dice mi padre. Nosotros nos deslizamos por el bajante del canalón hasta la acera. Mi padre siempre da un saltito antes de llegar al suelo, abre los brazos y dice ¡hop! Mi madre hace lo mismo, pero con mucha más elegancia que mi padre y también dice, ¡hop! Mi padre afirma que este método es infinitamente más rápido y eficiente que bajar por las escaleras y que está más en consonancia con la idiosincrasia nuestra particular propia de la familia.
Él, usa mucho la palabra idiosincrasia. Por ejemplo, cuando no tenemos nada que comer en la cena —cosa que acontece con más frecuencia de la debida—, dice: «la frugalidad ha formado parte de nuestra idiosincrasia durante generaciones». Esas palabras surten un efecto milagroso inmediato. No vas a fastidiar a todas las generaciones y generaciones que han mantenido el estandarte de la frugalidad. Nos quedamos sin cena. Pues ¡hala!, nos quedamos sin cena y todos tan panchos nos vamos a la cama sin probar bocado. Este es un ejemplo paradigmático —esa es otra palabra que le gusta mucho a mi padre— del uso del término idiosincrasia, ¿me entienden?
Yo soy la más pequeña de la casa y en algunas ocasiones, cuando no tengo ganas de bajar a la calle deslizándome, me pongo un poco mimosa y entonces mi abuela se apiada de mí y me baja en la cestita de subir y bajar los recados, que está atada con un hilo larguísimo en el balcón. Mis seis hermanos, que son mayores que yo, bajan todos por el desagüe, y hacen también ¡hop!, como si fueran artistas. El asunto es no hacer lo que hace todo el mundo como si fuéramos borregos. Eso destruiría por completo la idiosincrasia nuestra particular de la familia, dice mi padre.
Voy a hablar ahora de mi madre. Mi madre es la que más idiosincrasia tiene de toda la familia. Eso dice mi padre. Los padres de mi madre —qué lío más grande de padres y madres, bueno sigo— eran de Valonia que es un sitio con mucha idiosincrasia, decía mi padre. Mi madre tiene un moño altísimo y la piel tersa como la de una manzana. Mi madre huele a manzana. Yo no sé si cuando se afloja el moño por la noche, se afloja también toda ella. El caso es que luce tan bonito allá arriba que sería una pena que cambiara de peinado. El moño de mi madre, en cierto sentido, forma parte del patrimonio de la familia y constituye uno de los rasgos característicos de la compleja personalidad de mi madre, dice mi padre. A parte de poseer una agilidad increíble, mi madre tiene la virtud de ir diciendo en voz alta todo lo que hace o tiene intención de hacer a lo largo del día. Mi madre es como una radio encendida, siempre está hablando en voz alta y como tiene una voz melodiosa, si se calla parece que falta algo en la casa. No les voy a contar la idiosincrasia de mi abuela ni la de cada uno de mis seis hermanos, porque sería demasiada idiosincrasia.
Sí me gustaría decir que también hemos encontrado un método particular para subir las escaleras: las subimos a cuatro patas. Sí señor. Es un método rapidísimo, fíjense si no en los perros, que suben en un periquete. Los vecinos nos ven subir a cuatro patas y ponen caras raras, pero a nosotros nos importa una higa la opinión de los vecinos, que son unos incompetentes, como muy bien dice mi padre siempre que puede. Cuando vamos por la calle marchamos siempre en fila india, como haciendo equilibrio, como si fuéramos sobre el alambre de un funámbulo, con los brazos abiertos. Este sistema, dice mi padre, supone un ahorro considerable de energía y es otra de las características pedestres de mi familia.
A todos nos gustaría mucho trabajar en el circo de la ciudad, así habría comida en casa todos los días. Imagínense, haríamos un número maravilloso de equilibrio: ¡Damas y caballeros, con ustedes, por primera vez en el Continente, la Familia González al completo! Los nueve miembros de la familia subiendo y bajando por tubos de cristal y diciendo ¡hop!. En fin, podría contarles un montón de cosas más de mi familia, pero creo que ya es suficiente. Bueno, adiós.
JUAN YANES |