El olor a pan recién horneado invadió toda la casa, señal de que el pastel ya estaba listo. Era un pastel pequeño, suficiente para Elena y José que ya se habían quedado solos después de ver crecer a todos sus hijos. La cubierta de betún estuvo lista justo a tiempo, cuando José llegó a comer.
Un platillo distinto, los temas de conversación de todos los días y finalmente, el postre. Sólo José probó el pastel ya que Elena estaba por cumplir seis semanas en abstinencia de carbohidratos y grasas saturadas. Al terminar dicho ritual de medio día emprendieron sus actividades vespertinas; él de vuelta a la oficina, ella a mirar telenovelas.
Desde su mecedora, donde ya empezaba a caberle sin esfuerzo la cadera, Elena escuchó una voz lejana. Descubrió que la vocecilla no venía de la televisión cuando cayó en cuenta de que la había escuchado tanto en los comerciales, como cuando Raúl Patricio descubría que Doña Chencha era su verdadera madre. Bajó el volumen del aparato, definitivamente había alguien en su casa, así que dejó de importarle que Doña Chencha le pidiera perdón de rodillas a Raúl Patricio por haberlo abandonado cuando era un bebé.
Al levantarse, escuchó que la voz venía de la cocina, al llegar ahí pudo percibir lo que decía; la estaba llamando a ella: Elena…. Cuando se acercó a la mesa pudo escuchar mejor, ocupó una silla y el medio pastel la enfrentó: ¿por qué ya no somos amigos? Molesta por la imprudencia del pastel Elena expresó sus razones; la intención de llevar una vida sana y la meta de ya no necesitar las tallas extras.
- Y lo has hecho muy bien, ¿no crees que mereces una recompensa? Tantos días con semejantes privaciones, mereces darte un gusto – dijo el pastel.
- He logrado abrocharme los jeans sin tener que tirarme en la cama, no quiero echarlo a perder.
- No lo harás, incluiste zanahoria en la mezcla, es una verdura. Además ¿no añoras la sensación de algo dulce? ¿El pan deshaciéndose en tu boca? ¿El crujir de las nueces?
- Sí, tal vez… bien, sólo será un bocado, nada más quiero hacerte una pregunta, ¿porqué no te había escuchado antes?
- Jamás había estado más de treinta minutos sobre la mesa.
Elena fue por una cuchara, tomó un pequeño trozo y lo disfrutó lentamente. La armonía de sabores la elevó a un estado de éxtasis jamás experimentado, hacía tanto que no estaba tan cerca de la felicidad. De momento sus preocupaciones desaparecieron, todo era satisfacción hasta que terminó el bocado. Tomó un bocado más grande y la perfecta combinación de ingredientes la llenó de dicha. Lo estás haciendo bien, deléitate Elena, dijo el pastel. Fuegos artificiales estallaron en su paladar y de pronto no quedó más que una charola vacía, ni el menor indicio de que ahí hubiera estado un pastel.
Regresó contenta a su mecedora, justo a tiempo para ser testigo de cómo Raúl Patricio lloraba a cántaros sobre la tumba de Doña Chencha. Con los comerciales la culpa se hizo presente, y no por haber devorado medio pastel, sino porque José se daría cuenta; ya no estaría orgulloso de la perseverancia de ella y de su nueva talla.
Con el afán de no decepcionar a su esposo, Elena corrió a la cocina, aún era temprano, estaba a tiempo de hornear otro pastel. Cuando estuvo listo lo puso sobre la mesa, si José dejó medio pastel debía encontrar medio pastel, así que separó la mitad y comenzó a idear cómo desaparecerla. No podía regalarlo a las vecinas, sería tomado como acto de sabotaje ya que todas juntas iniciaron la dieta, perder peso es un trabajo de equipo.
Sacó una bolsa de basura, decidida a deshacerse del cuerpo del delito. Nadie ha dicho que debas tirarlo – dijo el medio pastel sobre la mesa – podría descubrirte, en cambio si lo comes no habrá evidencia. Elena nunca ha sido difícil de convencer cuando de comida se trata, aún poniendo algunas objeciones, concluyó que la solución del pastel era mejor.
Esta vez sin deleite, sin felicidad y sin fuegos artificiales, Elena devoró el pastel sentada en el suelo de la cocina, con las manos amontonó todas las migajas para comerlas y desaparecer por fin aquella mitad que podría inculparla. Al fin relajada advirtió aquella pesadez que da la comida en exceso.
Aún era temprano, pero Elena ya estaba rendida, la telenovela de las siete podía esperar hasta mañana. Con la ropa que traía puesta se dejó caer en la cama, encima de las cobijas, sin el mínimo de energía siquiera para ponerse el camisón. Se abandonó en un profundo sueño. Ella misma olvidaría lo ocurrido, nadie lo notaría, excepto la báscula y la cinta métrica, ellas nada pasan por alto.
El medio pastel sobreviviente permaneció en silencio, solitario en el centro de la mesa a esperar la hora de la merienda. A José no necesitaba hablarle, pero a decir verdad, le gustaban los retos y por aquel día había quedado satisfecho de su labor. Una sonrisa maliciosa se dibujó en el betún.
|