Me habló el Luis cuando estaba ordenando mis mercancías. Trabaja en la carnicería del centro de abastecimientos de la Ciudad, ese previo a la llegada del mercado mundial de los Supermercados. Estaba pasa’o a copete, sentado en la banca contigua a la que yo ocupaba. Me contó que se había tomado un litro de tinto en la mañana, y que así, bien puesto, había llegado a trabajar. La Patrona le dijo que se mandara a cambiar, que estaba cura’o y que así no podía trabajar; el patrón le dijo que se hiciera el hueón, que le hiciera caso a la eñora nomá, él mismo dijo que las mujeres eran todas unas alharacas, y yo reí y le dije que bueno, que qué se le iba a hacer. Ahí mismito fue cuando me dijo que se llamaba Luis; no, mentira, me dijo después, con un salto espástico que lo movió milimétricamente y que le ayudó a sacar su billetera desde el bolsillo trasero de su pantalón de mezclilla, me llamo Juan Carlos, mira, me dijo, mientras me acercaba un papel que, al ser por mí desdoblado, me mostraba sus datos, en donde, efectivamente, aparecía el nombre de Juan Carlos, junto a su R.U.N y otros antecedentes que, en cuentas resumidas, servían para acreditar que se había operado y que necesitaba reposo, por tanto, deduje yo, no podía trabajar. Mientras deducía el me aclaraba y afirmaba mi deducción, diciendo que llevaba doce años en ese trabajo, y que si lo echaban le iban a tener que pagar un montón de plata, y que además mañana también se iba a tomar un tintillo, porque qué se creían esos hueones, si él tiene licencia médica hasta dentro de cinco días más, y lo habían hecho trabajar pa’ días festivos y todo. Y antes de eso, que también es antes de mi deducción, me dijo que todos le decían Luis pero que en verdad se llamaba Juan Carlos y que bla bla bla. Al final, y es que nuestro encuentro y nuestra conversación no duró más de lo que yo demoraba en ordenar mis mercancías, le dije que si tenía licencia que la hiciera valer, no por no hacerle caso a la patrona, sino para cuidarse su mismo su. Cuando me dispuse a partir el Luis ya lo había captado, y sin más su mano, morena pero de tono rojizo, como es común en quienes alcohol beben en enormes cantidades, ya estaba estirada hacia mi persona para que ésta imitara el gesto. Así unimos y apretamos las manos contrarias para después distanciarnos y, lo más probable, no volver a reconocernos nunca más, pues quizá, y siendo la probabilidad más probable después de la primera que gana en número por montón, aquella que dice que nunca más no veremos, es que tal vez nos veamos y hasta conversemos, en un futuro lejano, sin siquiera reconocernos como aquellos dos dialogantes que en algún momento fuimos.
Así fue que me distancié del Luis, caminando lento, arrastrando el carrito con mi mercancía, posando los ojos en todo lo que hay.
Me alejé por calles transitadísimas, pisando el fatigado cemento que, dócil y humildemente, como todo aquello que es natural, recibía y aceptaba su función de “ser inmutable”, a pesar de que en sus internas estructuras la Tensión y la Elasticidad, cosa que un físico o un Ingeniero podrían saber mejor que yo, luchaban la una con la otra haciendo que por lejos ganara la propiedad tensora, no sin valerse de una débil elasticidad para no desmadrarse de buenas a primeras con aquellas moles enormes que, no contentas con su enorme tonelaje, suman y suman más y más personas en sus vacías barrigas; personas por lo demás no contentas, aunque no sé si tanto así, muchas de ellas sí son contentas, ahora mismo las veo riendo y dialogando entre sí, por tanto sería más correcto decir personas no contentas por ir imbuidas y apretadas las unas con las otras en condiciones que la mayoría de ellas estaría de acuerdo en llamar “inhumanas”, pero qué se le va a hacer, diría una viejita de moño gris, ¡pues la revolución!, le diría un joven estudiante, a quien muchas madres apoyaría; yo les diría que aprendieran a desapegarse de todo, incluso de la revolución, más aún de su celular y su Facebook, para practicar la humildad de la simple existencia.
Y pisé un suelo que no es suelo sobre otro suelo que siempre es el mismo: pisé el cemento pisando mis zapatillas con mis pies. Me separé en tres capas distintas, y la mayoría a causa no de mi voluntad sino de mi contexto. Tres sucesivos intersticios que, como todo lo que el humano ha creado, puede dar cuenta de aquel férreo propósito por él mismo impuesto, el cual es separarse del Todo para generar uno nuevo que sea de acuerdo a su antojo racional, a su apego a las cosas, a su intuición de creerse superior; fuera de él no es nada, y queda en el vacío siendo que ha retornado al Todo original. Bueno, la cosa es que caminé arrastrando mi carro mercantil, de a seguro he de haber puesto el pie donde mismo en otras ocasiones, o he de haber estado en el mismo espacio mirando hacia exactamente el mismo punto en otra ocasión, mas por el hecho de ser ésta “otra ocasión” todo su contexto y todo su “yo” fueron distintos; sin más en las tripas mías ya no tengo la caca que en ese momento tenía pues la he botado, y ya no es la misma masa de aire la que me inunda, y ya no et. etc. etc.
¡Vaya!, caminar obra como una purificación dentro de mí; es estar en el espacio vacío del silencio de una boca cerrada y una mente quieta. No duran mucho los razonamientos cuando piso y sigo pisando, ya que la vista se posa suavemente en todo mientras avanzo y deja que el simulacro contingente fluya en su lava demente, ¡ay! sólo lo aprecia como ha de apreciarse cualquier cosa que es de esta existencia, sin juicios ni aparatajes, sin odio y viéndola (a la Ciudad) de la misma forma como quien ve un río y una montaña: cosas que están.
Mucho caminar. Estoy alejado de las calles y avenidas principales por las que transité. El barrio en donde vivo está silente a esta hora, algunas luces comienzan a encenderse en las casas ya que el sol, escondido, no ilumina los interiores como aún si lo hace con los exteriores. Atardece, y creo ver en la tarde la madrugada, lo mismo pero distinto. Atardece, y el carro nunca se ha cansado de girar. Atardece, y la puerta de casase ha abierto. Atardece, y veo aparecer el rostro de mis familiares como proyecciones de lo mismo que es todo aquí, embadurnados en lo particular que es todo en la familia. Gentes como todas las gentes y gentes tan distintas a todas ellas. Bellísimas gentes para mí, cada cual en su mente distinta, en sus emociones distinta, en su encaje y su rol tras cada situación tan particular…
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