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Sí cuelgo un susurro al viento nadie lo apreciara. Pero para vos será audible, muy claro; estoy seguro que a ti llegará. Si impregno mi amor en las gotas de lluvia, éstas te lo llevarán… por fin lo sabrás. Aquí rodeado de sauces está muy presente el fragante aroma de tu piel, aunque mezclado con el roció matinal y las flores de violeta. La gente de por aquí no aprecia lo que escribo, pero, esta carta, por obra del destino tu mano encontrará. Al leerle enterada estarás de esto en lo que me inspiro; lo que siento.



KHALÍDA

Partió sin dejar indicio de su destino, se esfumó un día al amanecer. Creo que precisamente hoy son ya tres meses. Ella, delgada, no muy alta, con porte elegante, blanca como la sal; aunque dulce su manera como el azúcar morena. Rostro angelical aún de niña. Sus ojos verdes, claros como el mar; en ellos puedo perderme, y encontrarme mil veces al escuchar su dulce voz. Delicada cual alelí. Posee un espíritu aventurero y conquistador. Ingenua, pero con una fuerza interior única, no teme a nada sólo al amor.

Fue un día a mediados de agosto, –sábado lo recuerdo bien, –alrededor de la 1:30 a.m. Acordé salir ese día con mi amigos a distraernos y tomar una copa para sacudirnos el stress de la cotidianidad y el peso acumulado a cuestas por la rutina laboral. Todo fue muy de prisa e impredecible; aún hoy no podría aseverar que sucedería así tal cual ocurrió en la fecha mencionada. Creo que pasa sólo una vez y a unos cuantos de una forma única. Esa noche me correspondió a mí, el hado fue muy generoso, dadivoso podría decirse. Me propusieron un ascenso en mi trabajo y esto implicaba cambiar de cede, denotando obvio que iría a radicar a otra ciudad si aceptaba.



EN EL BAR


Estábamos afuera del bar llamado Hilo, ese que está enfrente del malecón. Recuerdo que al llegar y leer la nomenclatura del lugar rotulada en el letrero que se veía por encima de la marquesina del frontispicio. Al instante me vino a la mente la imagen Salomónica del hilo de Ariadna dentro del laberinto de las catedrales. Divagué unos segundos acerca de ese evento. Al verme algo ausente y desatento como si hubiese tenido un “de-javu”. Carlos mi compañero, dióme una palmada sobre la espalda, como lo hacen los bueno amigos en esos casos y dijo: ¡Anda hombre! sino, no podremos conseguir mesa, ni lugar. ¿No ves que hay mucha gente haciendo fila para entrar y más que está en el malecón que no tarda en venir para acá?


Ingresamos al interior del lugar. Nos dirigimos a nuestra mesa –la que escogió Luís. – Ordenamos una botella de Merlot de 5 años de antigüedad, nos dispusimos a disfrutar. Escuchamos música, cantamos, contamos chistes, brindamos, observamos a las chicas bailar. Jóvenes muy guapas y esculturales, luciendo su bronceado con tono dorado, que habían logrado en las playas de este puerto. La mayoría eran turistas y habían estado paseando por el malecón previamente. Nosotros veníamos de la oficina, originarios y residentes de aquí. Se dejaba sentir el calor veraniego, sofocaba, además estaba muy lleno el lugar. Fue entonces el momento de cambiar el tinto por jarras de cerveza. Aproveché y comenté el ofrecimiento de mi ascenso dentro de la empresa, que eso implicaba cambiar de residencia a otro país. Me felicitaron, diciendo: ¡Enhorabuena! acepta, te lo mereces. –Asentí diciendo: “Hace ya un tiempo que lo deseaba”. –Vinieron los abrazos, las palmadas; les hice saber que les extrañaría, que no eran sólo mis compañeros, son mis amigos y que así como ellos no se les encuentra a la vuelta de la esquina.


Siguió la diversión. Preguntaron de los planes, a que Ciudad Iría. –Respondiendo que eran 3 opciones. –New York, Tokio y Madrid. Todos coincidimos que por el idioma, la última era la mejor opción. Estaba acalorado, dije: regreso amigos voy a tomar aire me estoy asando, mi ropa está húmeda por el sudor- .




EN EL BALCÓN

Al llegar al balcón, observé el malecón, el mar; sentí el choque de la brisa contra mi rostro. Contemplé el paisaje pensando en que no sabía cuánto tiempo pasaría para volver y apreciar esa belleza. Comencé a fumar. En ese momento llegó una joven hermosa con cabello dorado; aunque bronceada denotaba su piel un color claro, cara como de niña. Sus ojos del color turquesa así como el agua de mar de Puerto Vallarta. Me dijo:


– “¡Hola! ¿Por qué tan solo? ¿Me regalas un cigarrillo por favor? ¡Ah! por cierto me llamó Khalída. – (Noté su acento extranjero).”–

– “¡Hola mucho gusto! ¡Sí, claro! te daré un cigarro, y no estoy solo ya que estás tú aquí conmigo. –y reí. –No, mira ya en serio, salí a tomar aire porque hace mucho calor dentro, allá me están esperando mis amigos y compañeros.

– “¿Khalída eres española?”

– “Sí ¿Por qué?“

– “Por tu acento.”

– “Soy de Madrid –dijo con ese acento tan sensual. –

– “¡Es grandioso! y que coincidencia. Sabes, tengo una oferta por parte de mi trabajo. Un ascenso y tendré que cambiar de residencia, una de las opciones es Madrid,” “Kha”.

– “¡Vale! pues te felicito. ¡Enhorabuena hombre!,”

– “Gracias Khalída. Precisamente al llegar tú, pensaba en eso al contemplar el mar, el malecón; ¿En cuándo volvería a estar aquí? ¿Estás de vacaciones?”


– “Sí.”

– “¿Y cuánto te quedarás?”

– “5 días, y zarpará de regreso el crucero en el que llegué.”

– “OK. ¡Qué suerte! quizás yo mañana tenga que volar; no sé, es posible que a Madrid, “

– “¡Vale, te daré mi dirección!”

– “Vamos adentro. Te invito una copa.”





REGRESO AL INTERIOR


Fuimos al interior, pidió un tequila, conversamos, bailamos. Hablamos de todo y de nada a la vez, de su miedo a enamorarse y de no temerle a nada, sólo a eso, al amor.


En cambio, yo, ya estaba deseando enamorarme de ella. Sentados en la playa vimos la luna junto con las estrellas, hicimos el amor en la arena. Fue una noche perfecta, mágica, –una en un millón, –vimos el amanecer. Después la acompañé hasta su habitación en un hotel cerca de la marina. Nos despedimos con la promesa de vernos en Madrid. Se cercioró que apuntara bien su domicilio. Nos besamos y sin decir adiós di media vuelta y me marché.





DEL APARTAMENTO A LA OFICINA


Llegué a mi apartamento que estaba de paso a mi trabajo. Tomé una ducha, me mudé de ropa y fui a la oficina. Cuando llegué, me felicitaron todos, –me habían dado la dirección de la sucursal de Tokio. –Cambió mi semblante. Me dirigí al privado de mi jefe, le pedí me diera Madrid y me contestó: ¡Ya está decidido! Te necesito en Japón. Hoy mismo volarás, es un viaje largo; así que ve a descansar y prepara tus maletas, en 6 horas pasará mi chofer por ti para llevarte al aeropuerto. Duerme un poco, supe lo de tu despedida. – OK. jefe. –Salí de su oficina. –






EN EL HOTEL

Llegué al hotel donde se hospedó Khalída. Como era de esperarse estaba dormida. Al abrir la puerta me dijo:


– “Hombre ¡vale! te creía trabajando.”

– “No, “Kha”. Vengo a despedirme tengo que ir a Japón, a Tokio, me tocó Tokio y no Madrid, –lo dije con voz entrecortada,” –

– “No os preocupéis, sabéis donde encontrarme.”

Cerró la puerta, me tomó de la mano, me invitó a la cama e hicimos el amor locamente. Llegó la hora de partida; nos despedimos. Quizás en 2 meses nos veríamos.



MADRID

Pude ir a Madrid 6 meses después y al llegar al condominio que se encontraba en la dirección que me dio; al tocar el timbre en el apartamento número 118 no abrió ella. No era Khalída, fue una mujer de edad madura. Preguntó:


– “¿Qué desea joven?”

– “Busco a Khalída.”

– “¡Perdón!”

– “¿La conoce?”

– “Ella murió hace más 40 años; era mi tía.”

– “¿Cómo?”

– “Viajaba en un crucero, éste naufragó en las costas de México y murió ahogada; jamás encontraron su cuerpo.”

Quedé desconcertado.

Alejandro Ornelas ®
Copyright © 2011

Texto agregado el 13-11-2012, y leído por 212 visitantes. (1 voto)


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