El ajedrez te da algo así como profundidad de la visión periférica. Ves más allá. Hay quienes aprenden a ver. Siguen métodos, otras experiencias. Hay quienes miran el bosque y se quedan con que en aquel árbol, o en aquel, o tal vez en éste, está el nido. El ajedrecista ve todo el bosque, desnuda con reflexión matemática cada árbol, hasta que finalmente encuentra el nido. Yo, otrora aficionado al juego-ciencia, siempre fui al tuntún. Un poco por olfato, otro poco por lo poco de conocimiento técnico, timbero, me la jugaba sin mirar lo suficiente para adelante. Perdí el invicto –ya era campeón- en la última fecha de un Campeonato de Segunda del Círculo de Ajedrez Mercedes, en el año ochenta y dos por atacar ofrendando combatientes en un alarde de poder que era nada más que eso. En la fecha anterior habíamos jugado la final con un ex-amigo (hoy es ex-amigo) y el triunfo ante un oponente de su talla me había hecho subir los humos y no ví nada. Nada. A mi ex-amigo le había jugado con blancas, presentándole un ataque a su estilo. Le quería hacer ver que no le tenía miedo. Yo siempre jugué peón rey, que es el ataque de un tipo agresivo o tarambana. O ambas cosas. Pero a él le jugué peón dama, que es una salida más conservadora, en la que durante un largo rato se disponen las piezas de manera de avanzar escaque por escaque, paso a paso. El objetivo del conservador es no perder. Busca el empate y, si tiene la oportunidad de dar un zarpazo, dar Jaque Mate. Espera, hace desesperar, espera. Cuando el oponente intenta ir al ataque con sacrificio de piezas, inmolando alfiles y caballos, o tal vez una torre o dos o tres peones, inclusive con belleza artística o estupidez sanguínea, manda al muere a la reina, cuando el que maneja las blancas se juega todo en pos de la casi obligatoria victoria –las blancas tienen ese cometido, algo así como suicidas de Al Qaeda, y empatar es una deshonra ya de por sí, así que mas vale inmolarse y arriesgar a ser triturado por el adversario. Mas vale muerto en la gloria del infante que avanza entre la balacera, las granadas, los morteros, la topografía de cadáveres despedazados, el frío del miedo, en pos de un objetivo, antes que deambular prisionero de la humillación del ejército oponente, el que se defendía. Cuando un loco ataca, gana o muere, nunca empata. Cuando el loco juega con negras, se defiende agresivamente, buscando ganar, siempre. Y si empata su nombre queda limpio. Sacó ventaja. Casi ganó. Casi. De haber educado-entrenado su visión periférica para ver más y más allá, habría ganado. Yo sé eso, pero no lo aplico. Prefiero morir de ignorancia que vivir con más de algunas certezas. Yo sé que Messi entrena su talento sin descanso, que es efectivo, eficiente y eficaz, pero me aburre. Me gusta la poesía del fútbol que tiene en el alma un jugador habilidoso de cualquier pedacito de tierra periférica y que con una sola de sus estrofas pasando entre las piernas de un marcador, me alegra la vida.
Buenos días. |