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PASAJES DE INFANCIA (Novela) - Cap. VII


EN EL ALBERGUE

El día había estado lluvioso, y pasada la hora del almuerzo, muchos niños reposaban tranquilos tomando la siesta en la semioscuridad de sus cuartos; otros, se entretenían en el comedor, silenciosos, viendo, como era costumbre, la misteriosa serie de televisión de la época “Ciudad Gótica”.

A Andrés y a mí nos aburría mortalmente aquella ciudad verde y sombría, de personajes enigmáticos, así que lo que imaginábamos era terrible, quizás porque nuestras mentes de niños aun no podía asimilar lo que se tejía en las sombras de la misteriosa ciudad, aunque en realidad, vivir en el albergue era casi algo similar, una pesadilla, como si el propio albergue se convirtiera en “Ciudad Gótica”. Por eso, aquel día de rutina, sin que nadie lo supiera, Andrés y yo planificamos escapar al patio para jugar.

Después de la lluvia, el patio estaba mojado y solitario. En los tiempos libres solíamos jugar a las bolas bajo la frondosa mata de guama. Nos entreteníamos y disfrutábamos al alcanzar las ramas y coger las vainas verdes de guama para sacarles y comernos las pulpas blancas y tiernas. Aquel día lluvioso quedábamos empapados por las gotas de lluvia al soltar las ramas hacia arriba.

Yo lanzaba una de las bellugas para golpear a la otra, cuando de pronto resbalé y caí pesadamente ¡Dios! ¡Qué matazo! Rodé y me deslicé como una bola de huesos hasta ir a parar en el tronco de la mata de guama y me arañé en el tobillo izquierdo con un trozo de alambres de púas que sobresalía de una de las raíces. En el instante el dolor no fue grande, a pesar de la herida centeallante, que había dejado el hueso a flor de piel, pero el dolor fue aumentando a medida que me tomaba con las manos el pie alrededor del tobillo para no dejar fluir tanto la sangre que empezaba a brotar. Andrés me miraba espantado y en silencio, con ojos de PAVOR, impactado por la desgracia imprevista. Mi rostro, compungido, reflejaba el dolor en su máxima expresión, mientras notaba la herida que había llegado hasta el tope, rompiéndome toda la piel, con la horrible visión del hueso que se mostraba pálido como el color de las pulpas de guama. Estas volaron de mis manos junto con las bolas, con el impacto relámpago del alambre, y quedaron esparcidas por el suelo.

Permanecía tirado al pie del árbol con el horrible tormento. El trabajador que limpiaba las gramas con las manos sudorosas, nos alcanzó a ver. Estaba retorciéndome, tratando de aguantar el dolor, y éste acudió de inmediato. Su primer instinto fue clavar de un golpe el machete en la tierra para poner un puñado de ésta en mi pie y así intentar parar el flujo de sangre, que no cedía. Por instantes sentí perder la visión. Me amarró el tobillo con un pedazo de tela encontrada en el suelo, y pude sentir el alivio fresco de la tierra húmeda que absorvía la sangre, calmando un poco el dolor.

Durante días, semanas y meses, no pode dormir, no pude jugar ni vivir en paz, porque en las noches al moverme las sábanas rozaban la herida, y cuando cerraba mis ojos, sentía que algo oprimía mi cuerpo y me hacía cosquillas. En el día, la parte de la piel que empezaba a resecar en el tobillo se me pegaba de las medias una y otra vez.

¡Qué horrible sensación para un niño de mi edad!, porque además tenía que disimular el dolor y la herida, por temor a que supieran que Andrés y yo nos habíamos escapado a la hora de la siesta. La herida había sido tan profunda que hubiera requerido de las manos de un médico para cerrar, debía ser cocida, pero eso nunca ocurrió. Me ahogaba el dolor, y en el albergue casi nadie lo sabía, o más bien, pienso que a casi a nadie le importaba, sólo a mi amigo Andrés, que sufría en silencio, y sabía como yo de las cosas terribles que vivimos en el albergue.

De mis “PASAJES DE INFANCIA”
Para Anabel, Aidée y Édely

Texto agregado el 13-11-2012, y leído por 237 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-11-2012 Me atrapaste con esta historia tan bien narrada. Muy buen texto. Felicitaciones y estrellas. Magda gmmagdalena
 
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