Texto ganador del reto "Pon cuento al poema de tu elección"
“El Fantasma y Yo” de Amado Nervo
Mi alma es una princesa en su torre metida,
con cinco ventanitas para mirar la vida.
Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.
y tu alma, que desde antes de morirte volaba,
es un ala magnífica, libre de toda traba…
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!
¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen,
no como son de suyo, sino como aparecen
a los cinco sentidos con que Dios limitó
mi sensorio grosero, mi percepción menguada.
Tú lo sabes hoy todo…, ¡yo, en cambio, no sé nada!
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!
Aquí yo… ¿allá quién?
¡La explosión fue terrible!... fuego, humo, gritos, sirenas.
- Tu cuerpo estaba tendido junto al mío, te tomé entre mis brazos mientras tus ojos llenos de melancolía me observaban con ternura, nos besamos y en ese momento nuestras lágrimas se mezclaron fundiendo tu alma y la mía para siempre… el destino acababa de separarnos -
El recuerdo de ese día atormentaba a mi corazón aquella tarde de otoño, cobijado por un cielo plomizo que reflejaba cabalmente mi estado de ánimo, mientras sentía transcurrir el tiempo pesadamente sentado en aquella banca que tantas veces compartimos, cuando de pronto una fría sensación recorrió mi espalda sacudiéndome el cuerpo desde los talones hasta la base del cráneo, ahí justo donde los cabellos se erizan al correr la adrenalina por las venas. Tuve que abotonarme el abrigo al momento que me estremecía y volteaba a todos lados, buscando...
Desde hacía ya algún tiempo esa banca estaba reservada para mí de siete a ocho todos los días, ella era mi refugio desde el cual observaba los últimos rayos de sol ocultarse tras aquellos cinco magníficos árboles, como solíamos hacerlo tú y yo frecuentemente, eso era lo único que mantenía mi alma en paz dentro de la prisión de carne y huesos en la que estaba recluido desde aquel día.
El frío, mucho más crudo que ayer, hizo que me levantara para caminar un poco y así tratar de entrar en calor, comencé a moverme lentamente mientras el sol iniciaba su diario destierro, cuando de repente sentí miedo, algo andaba mal, había recorrido ese camino innumerables veces y nunca antes sentí ese desasosiego que me envolvía por completo, apresuré el paso y a medida que avanzaba el miedo crecía en proporción directa a la velocidad que yo imprimía, al tiempo que un fuerte viento generaba lamentos al coquetear con las ramas de los árboles.
De pronto una sombra me detuvo en seco, mi corazón salió volando por los ojos y dejé de respirar por algunos segundos… que me parecieron horas, el terror se apoderó de cada célula de mi cuerpo y volteando de un lado a otro traté de ubicar al espectro, determinar qué era, pero no había nada.
Con los cinco sentidos alerta, me pregunté si no sería mi imaginación o el producto de algún reflejo ocasionado por las juguetonas ramas, empezaba a tranquilizarme cuando una explosión me hizo saltar como resorte, la vieja y seca rama de un árbol se desprendió despedazándose contra el suelo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro – pero que tonto, estoy entrando en pánico sin razón alguna, vamos Manuel pórtate como un adulto... ¡los fantasmas no existen!
Reinicié el paso un poco más tranquilo, el viento soplaba con menor intensidad y al dar vuelta por una de las veredas… te vi, ahí estabas vestida de blanco parecías un ángel, tu tersa piel casi transparente, casi intangible. El temor desapareció y mi corazón se llenó de gozo, estabas ahí frente a mí y aunque fueras un fantasma corrí hacia ti rogando que no desaparecieras, ya cerca pude observar esa mirada tuya de eterna melancolía, pero había algo más, tenías los ojos fijos en un objeto y tu rostro que mostraba profundo dolor revelaba tanta tristeza que calaba hasta los huesos. Vi el último rayo de sol reflejado en una de tus lágrimas y cuando acerqué la mano para enjugarla observé el objeto en el que tenías fija la mirada… fue entonces que entendí todo.
Aquella lápida de ese viejo cementerio, tenía mi nombre.
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