¡Eh tú, Barrigabicho!, le decían unos del barrio, ponte a trabajar gandul y no estés echado todo el día encima de esa piedra sin hacer nada. Él los amenazaba con pegarles una pedrada y les decía que estaba de servicio, vigilando la cebada de los mulos de los carros de la basura, porque era funcionario del Ayuntamiento y los mandaba a la mierda.
¡Eh, Barrigabicho!, le decían los chiquillos tirándole piedras, que estás dormido en la puerta del almacén y te roban la cebada. Y Barrigabicho se levantaba y corría detrás de los ladronzuelos y les tiraba piedras. Luego volvía secándose el sudor y maldiciendo.
¡Eh tú, Barrigabicho!, le decían unos de la C.N.T., que siempre pasaban por allí. Por qué estas con los alemanes, cabrón, y con el Imperio Austrohúngaro y los turcos. Un día te vamos a cortar los cojones, para que aprendas. Y Barrigabicho les tiraba piedras también.
¿A qué vienes aquí, Barrigabicho?, le decían los inquilinos de la ciudadela. Aquí nadie paga un duro hasta que pongan agua corriente. Dile a tu jefe que los de la ciudadela no pagan y ándate con ojo y dilo bien dicho, porque cualquier día apareces muerto en el barranco con la barriga comida por las alimañas.
¿Qué pesadillas tienes Barrigabicho que duermes como asustado?, le decía su mujer. Déjame en paz que son sueños, mujer, son sueños, respondía él, y se retorcía de miedo porque soñaba que el perro que tenía dentro le mordía las entrañas.
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