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Siento no haber podido ser útil cuando debí.

Hoy encuentro, colgando de una soga, a Teresa. Mi compañera, mi Teresa.

Desayunábamos juntos, nos despedíamos con gracia y nos saludábamos más tarde para iniciar una noche de televisión y sueños. Nos amábamos.

El fin de semana parecía distinto. Pero era igual a los demás fines de semana. Íbamos a la biblioteca, compartíamos frases de la más alta calaña y permanecíamos embelesados con la aparente compañía ilimitada que nos otorgábamos.

Una vez fuimos a la biblioteca y al salir de noche, decidimos que sería interesante atravesar un suburbio pequeñito para cambiar de ruta y evitar también la temible y estrepitosa avenida Secrima. Caminábamos perplejos ante la maravilla de lo novedoso, los árboles eran extrañas criaturas bravías que nos regalaban sus rostros denegridos por la ira y se acompañaban con el viento helado que nos arropaba con sus incesantes punzadas. Fue cuando ocurrió lo fabuloso, lo inverosímil.

Adivinamos con poca anterioridad, la silueta de tres sujetos que se acercaba sigilosamente entre lo nebuloso. Pronto estuvieron junto a nosotros golpeándonos sin clemencia, revolcando nuestros cuerpos entre gritos y risas insolentes, saciando su sed degenerada de violencia.

Perdimos toda noción de tiempo y permanecimos yacentes e indefensos en el césped invernal, hasta que el sol radiante inauguró el nuevo día. Un policía de gesto grotesco nos levantó casi a puñadas y nos mandó a una estación, en donde finalmente no hicimos más que contar nuestra historia y tomar café en unos pocillos azules de muy mal gusto.

El regreso a nuestro hogar permitió el regreso también de la cotidianidad que parecía ya empezarnos a hacer falta. Creí poder continuar mi vida junto a Teresa, tal y como había sido hasta ese entonces. Y lo logré.

Lo logré yo, porque andaba enceguecido por lo frecuentativo y mi amor se creía perfecto. El desayuno y las noches de programas televisivos no podrían haber cambiado, pero mi Teresa... mi Teresa sí cambió.

Advierto ahora la soledad a la que la sometía mi presencia. Y bajo su imagen apagada, descubro tardíamente el papel que delata su padecimiento (sic) tras la agresión por parte de los cuerpos umbríos de aquella noche.

Texto agregado el 06-08-2004, y leído por 283 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-06-2005 3 desgracias en una sola noche q llegan a traves del tiempo. triste cuento. kayla
28-10-2004 Tropecé con vos. Busqué tropezar con tu obra y no me arrepiento: este es un cuento "redondo", bien contado, prolijo. Con una primera persona que deja pensando. Y ahí, precisamente, el impacto: en lo que callás. Un saludo. mariog
18-08-2004 ¿Sabes? por primera vez te leo y me has dejado una grata impresión. Eres suave....lo siento...eres intenso...te doy mis estrellas y te sigo leyendo.... mariafernanda
18-08-2004 hay dos cosas, la imaginacion del lector y la imaginacion del escritor , en este caso siento que te dejaste llevar un poquito ,me dejo lugar a especulaciones , de igual forma , me gusto , tres basureros. adiosin!!! cjsdj
06-08-2004 Dos tragedias, la de Tereza y la que tardìamente el descubriò. fuentesek
06-08-2004 Un sosiego destruido violentamente, que termina en una tragedia. Buena historia bien narrada. musquy
 
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