Se levanta cada día sin rumbo fijo, todo es naturalmente espontáneo, no sabe como poner la máquina en marcha pero lo piensa mientras se hace un café Marcilla en la cafetera de Nespresso.

Decide liarse el segundo cigarrillo antes de entrar en el baño a pegarse la ducha de rutina y lavarse los dientes. Casi cuando ya está listo repite la frase que cada mañana repite, “estoy vacío” dice.

Se mira en el espejo se ve preparado para superar el día y agarra las llaves con empuje y se dirige a la puerta, cierra con ellas.

Esta de baja médica así que no tiene que disimular sobre lo que le disgusta su trabajo. Queda con algún amigo suyo, esperando poder mostrar ese vacío que se apodera de él, pero nunca tiene suerte. Siempre están peor que él. Nunca puede llenarse del consuelo ajeno.

Su vacío, el vacío que él cree disponer resulta ser el azúcar que endulza la vida de otros, es como sí ese vacío fuera lo satisfactorio para el resto.

A veces, se cansa y recita al viento versos o escribe cuentos para llenar de imaginación y música su mundo.

Le roban la suerte y el gozo del disfrute del presente y él se queda anclado en el pasado aunque otras veces decide preocuparse por su futuro.

Llega la noche y se vuelve a encontrar sólo, con los que compartió el tiempo de hoy, ya se han marchado, todos como nuevos. Es como ir a un taller de chapa y pintura. Y él se encuentra sólo.

Disfruta de su soledad porque aunque le encante decir que no siente nada esta lleno de amor y ese amor lo entrega al papel cuando escribe sobre su triste vida.

Le encanta la tragicomedia.