La línea hizo ese movimiento que había anticipado. El arlequín entonces encaminándose hacia el rey lo miro por un instante. Momentos decisivos. Su amo, el rey, intimidaba tan solo con verlo. Formaba entre el arco de sus cejas y la profundidad de sus ojos una mirada fiera, capaz de doblegar a una voluntad fuerte. Quiso el arlequín levantar de nuevo la línea, pero detuvo el gesto en el aire cuando el rey se levantó indiferente del trono. Su capa en el aire era un dejo de desprecio mientras se retiraba del salón principal. Aún inmóvil el arlequín mantuvo su expresión serena. Se reincorporó lentamente y acompañado por los guardias reales también salió del salón. Avanzo hacia los escalones y de súbito desenvainó el puñal guardado en el cinto y apuñaló al guardia de la derecha. El otro lo sujetó mientras el Arlequín forzaba la salida con giros y golpes. La fuerza de su custodio lo derribó, humillándolo a quejidos lastimeros. Pudo intentar zafarse, golpear su cara con la parte posterior de la cabeza, pero el guardia se anticipó. Sobre su cuerpo en el piso y con la espada en su nuca quedó para siempre inmovilizado.