Propongo la venganza a cualquier otro castigo personal.
No entiendan mal, no promulgo el “ojo por ojo”. Eso aveces no basta, sobretodo cuando el enemigo es ciego, (y hay tantos ciegos en esta ignota tierra.)
Propongo, nuevamente, la venganza.
Sé que no todos podrán aplicarla, porque se requiere paciencia, templanza, moderación y un dominio profundo de todo lo instintivo. Pero vale la pena intentar de todos modos.
Quienes quieran aprenderla, síganme en este camino de revanchar sin vueltas.
Primero deben concentrarse ¿cuál es el dolor que se intenta eclipsar?.
Es importante responder con sinceridad ya que hay muchas categorías de daños. A modo de ejemplo nombraré 3 o 4:
Abandono (subcategorías varias: separación, abandono con presencia incluida, deserción, huida, pérdida de mascotas y afines, ausencia de Dios o deidad que lo reemplace, y un largo etc)
Muerte de un ser querido; en todas sus manifestaciones: violenta, autoprovocada, lenta y dolorosa, anticipada, por accidente y demás.
Enfermedad, en este tópico, hay tantas variantes, lo difícil es encontrar a quién dirigir la venganza y en eso hay que ser cuidadosos también.
Torturas: propias y ajenas, seguidas de muerte o no, viejas, o nuevas, en fín.
Secuestros: extorsivos o no, una modalidad novedosa de dolor aplicable a la Argentina y a algún otro lugar de Latinoamérica.
Robo y otras formas de violaciones a la propiedad privada: aquí entran todas las categorías de autores desde el simple caco, el ladrón de gallinas, el de guante blanco, el funcionario corrupto, las empresas privatizadas...
Bueno, determinado el dolor y, con total certeza, el autor del daño, hay que comenzar la estrategia.
(No dejemos afuera de nuestro objetivo a los niños, que no saben que dañan, que no pueden calcular el alcance de sus actos y que, por supuesto, carecen de responsabilidad penal, pero que provocan dolor porque son humanos. Recuerden a Hobbes “el hombre es malo por naturaleza”, o a Jean-Jacques Rousseau “el hombre es bueno, la sociedad lo corrompe”.)
Ahora bien, analicemos: ¿que se propone quién daña?.
Desde el que se regodea en el dolor, hasta el que lo provoca como una forma de vida y, simplemente no puede evitarlo (en esta categoría entran los amantes abandónicos) quién hiere busca, lo sepa o no, lo desee o no, logre entenderlo o no, lastimar. Y aquí encontramos, en este simple hecho, la clave para la revancha que buscamos.
Hay variados modos de mostrar que hemos recibido una lastimadura, o dar lástima, a secas: llorar (práctica preferida por las mujeres y bastamente extendida); patear y encabronarse en todas las formas imaginables; deprimirse; engordar; adelgazar; dejar de trabajar, estudiar, escribir, pintar o hacer cualquier cosa para gastar la vida; insultar, en sus versiones moderada y extrema, que incluye alusiones a la madre de nuestro objetivo, a la hermana y demás agravios cuyo único límite es la imaginación del herido; tener ganas de morirse, de matar, o de cagar a trompadas, o simplemente, morirse, matar o cagar a trompadas.
Todas acciones muy convencionalmente naturales, pero inconducentes, o mejor dicho, conducentes a males peores. (Baste recordar lo que puede pasar si uno deja de comer, por no mencionar si uno sale a acuchillar a alguien, lo deja de enfermería o se quita la vida).
A esta altura, quién haya seguido mis desvaríos estará preguntándose como uno toma venganza si no hace alguna de estas cosas tan vengativas.
La respuesta, mis amigos es: quién quiera vengarse sea feliz, y no ceje en el intento.
Pausa para que lo analicen.
Nada duele más que ver que a aquel a quién hicimos daño le va bien, y no solo no llora, sino que nuestro abandono, robo, accidente u otro delito de carácter emocional o práctico, no le hace mella.
Recordemos: “No me duele que me odies, ni me duele que dejes de amarme, me duele tu silencio”.
A aquellos que hacen el mal en forma consuetudinaria y masiva (léase: quienes someten a nuestro pueblo a la pobreza, quienes dejan que los niños se mueran de hambre, y aquellas otras personas en la que ustedes están pensando) ni paredón, ni balas: una sonrisa y un paseito por la realidad a la que dan vuelta la cara, tomados de las manos, eso sí, para que no se escapen.
A los demás la prueba acabada de que el odio nunca va a ganar y de que no se tuerce una fuerza convincente infringiendo un dolor. Basto ejemplo son los que no se desanimaron y apuestan al futuro.
Por último y para aquellos a quienes no les cierra esta disquisición: ¡A llorar a la Basílica de Luján!
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