La noche era fria y oscura, una importante helada no tardaría en llegar, la precaria casa de campo muy alejada del pueblo era un adecuado refugio para la intimidad, pero nadie imaginaria como agradable una cita en ese lugar, salvo aquel que tuviera algo que ocultar, y ese era el caso de Leticia. Esa tarde un mensaje de su celular fue recibido por Oscar, en clave, perentorio, acuciante, como siempre lo hacía cuando citaba a Oscar.
A la hora convenida Oscar abría la tranquera del campo donde aguardaba Leticia, la oscuridad reinante aumentada por los frondosos eucaliptus era casi total, la soledad pesaba, unos cien metros mas de camino y la llegada a la casa, ahí a través de una ventana el tenue titilar de una vela preanunciaba una presencia humana.
Oscar bajó de su automóvil y se encaminó decidido al encuentro con Leticia, esta lo esperaba nerviosa y en su rostro denotaba una gran preocupación. El entusiasta beso de Oscar fue recibido friamente, Leticia nunca había actuado así, ella era la que siempre demostraba mayor pasión, si algo caractirizaba a esos encuentros era el amor que se profesaban, eso sorprendió a Oscar.
Las cosas se precepitaron a partir de ese momento, apareció en escena un hombre mayor, a la luz de la vela su rostro se veía como cansado, confundido, alterado, en sus manos traía una escopeta de dos caños con la que apuntaba a Oscar. Pasados unos segundos donde nadie articulaba palabra el hombre se presentó como el marido de Leticia, el llanto de esta y la cara de terror de Oscar no inmutaron al hombre, todo estaba decidido cuando obligo a Leticia a citar a su amante, el plan se cumpliría a la perfección, estaba cansado, se habían burlado de el y de su amor por Leticia.
La policía encontró los cuerpos unas semanas después del hecho, las caras irreconocibles por los disparos de la escopeta, no obstante una persona pudo aportar detalles para la identificación, luego volvió a ser internada, en ese pabellón del hospital vive Leticia
hace ocho años.