And break onetwothreefourfive pigeonsjustlikethat
Buffalo Bill's/defunct. E. E. Cummings
En el barrio tenemos un faquir. No todos los barrios pueden decir que tienen un faquir que sea propio del barrio. Se llama Orozco y se hizo faquir en la escuela. Le decíamos, Orozco, trágate unodostrescuatrocinco lápices como éste y Orozco se metía en la boca unodostrescutrocinco lápices de mina, o más, que empezaban a bajar y a bajar hasta que sólo se les veía la puntita y se los tragaba. Le decíamos, Orozco, trágate unodostrescuatrocinco rotuladores de los gordos, para que te vea la maestra, y la maestra, aterrada, veía cómo se metía unodostrescuatrocinco rotuladores de los gordos, o más, y se los tragaba. Le decíamos, Orozco métete unadostrescuatrocinco reglas de cálculo infinitesimal por la boca para abajo, para que te vea el Sr. Director, y el tío bestia iba y se las metía hasta el fondo del esófago o más abajo. Cuando venía el Sr. Inspector la maestra le decía, Orozco monta el número especial para le Sr. Inspector y él montaba un número extraordinario tragándose unodostrescuatrocinco pichones así de grandes y la clase entera aplaudía y al Sr. Inspector se quedaba maravillado.
Cuando Orozco se hizo mayor siguió metiéndose cosas por la boca y tragándoselas. Salía a la plaza y se tragaba unadostrescuatrocinco espadas hasta la empuñadura. Pero como era del barrio y estábamos acostumbrados a verlo metiéndose cosas por la boca, nadie le daba importancia. Y no eran una ni dos, sino unadostrescuatrocinco espadas que se tragaba él solito, hasta que hizo una gira por el extranjero y se convirtió en un faquir famoso. Entonces salía en los periódicos, “El único faquir del mundo capaz de engullir unadostrescuatrocinco espadas hasta la empuñadura”, decían los papeles y todos los del barrio estaban muy ufanos de su paisano Orozco, el faquir.
Ahora Orozco está jubilado y ha vuelto otra vez. Sigue siendo una persona importante para la gente del barrio, no crean. La gente pasa por su casa y le dice, Orozco sácame un cuchillo jamonero que el mío lo tengo mellado y Orozco va, contorsiona de manera extraordinaria los músculos abdominales, el diafragma y la epiglotis y ¡zas!, te saca el cuchillo jamonero y te lo regala. Y lo mismo hace si le pides un lápiz, un rotulador de los gordos, unas tijeras… El otro día pasé yo por su casa y le dije, Orozco mira a ver si tienes por ahí unos pichones para el caldo que se me olvidó pasar por la recova, y Orozco va y hace los movimientos esos extraordinarios con la masa muscular abdominal tremenda que tiene y me regala unodostrescuatrocinco pichones. ¡Los mismo que se había comido el día aquel glorioso que vino el Sr. Inspector a vernos a la escuela!
JUAN YANES |