Voces usadas hace mucho para atraparlos y mostrarles el placer intrínseco de la decencia a la infidelidad. Juzgas esa brecha lo bastante breve e intencional mientras aparece un nuevo pretendiente. Gozas humillarlos por tanto. Que se gasten en regalos, detalles y promesas que acumulas en algún cuarto. Y en las mañanas limpias tu boca para desbancar esas promesas. Tu boca vertiginosa que a esa hora no es otra cosa que una flor tatuada con labial. El sexto piso es tu guarida. Los gatos vigilan desde la noche en el balcón. Hoy vuelves acompañada. Abrazada y al ritmo de ganas y deseos. Intercambian saliva con oficio delicado. La nueva víctima exterioriza un aspecto elegante y pulcro. Ese anillo en su dedo es lo que más atrae tu atención. De rey, de sultán, engarzado en ese mano grande y suave que se posa en tu cintura. Su risa es lo que te parece enorme. Gigantesca. Incluso en las penumbras es una luz que sale por su boca. No le crees lo adinerado, lo absurdamente adinerado que se muestra con su miembro volcánico.