Un hombre con suerte
Aldo, siempre al acecho por los mismos alrededores. Así lo recuerdo, como en una prisión o circuito cerrado. No me lo imagino en otro territorio que no sea el de la entrada del antiguo Radiocentro –hoy el Yara-, a la espera de que ella o ellas llegaran para meterse en el cine.
Los de entonces lo conocíamos bien, al menos, así lo creíamos porque el Hombre es un mundo complejo que no se acaba nunca de conocer. Coincidíamos casualmente en el mismo espacio. No. No éramos un grupo. Nada de eso. Simplemente coexistíamos –una coyuntura temporal- y nos saludábamos, pero cada uno por su lado.
Yo asistía a la Facultad ubicada en la escuela de economía, frente a Copelia. Allí, en su escenario de espera, lo conocí. Pudimos habernos conocido antes porque éramos del mismo barrio, pero me alegro de haberlo hecho en su propio ambiente.
A Julio & compañía los conocí después. A él, porque estaba en la facultad conmigo, quería estudiar agronomía; a los demás, por accidente, porque Julio me los presentaba como amigos suyos y cuando lo hacía, siempre tenía la impresión de haberlos visto antes. Claro, si se pasaban la vida Rampa arriba, Rampa abajo.
Aldo era un hombre con suerte, solían decirme ellos. No hay una que se le escape. Siempre a la caza de la primera que le gustara. Era una admiración en la que se escondía una envidia por aquel flaco, de patillas largas debidamente arregladas y viveza en la mirada; con aquella vestimenta que usábamos en los 70, que tiempo después nos pareció tan chea y aquel modo de expresarse tan suyo cuando hablaba de mujeres esa(...) está pa mí asesre/yo soy su perdición (...)/ y ella sabe que en la lotería del destino/ le tocó mi papeleta y eso no tiene remedio asere/ no es que yo sea más hombre que nadie/ pero esa hembra está marcada/ con la cuchilla de mi amor/ lindo eso ¿eh asere?/ también en este mundo cruel hay que tener de todo/ hasta su onda de poeta y cosas así, parecido a un personaje cuyo autor tuvo que haber sacado de la más manifiesta realidad de calles habaneras. Y en verdad, después de observarlo bien entre turnos de clase, había que reconocer que era un hombre con suerte: siempre tenía a dos a tres al retortero. Era un vulgar Casanova tropical que aparentaba un delincuente, pero ¡cuidado! Nada de eso. Trabajaba en una fábrica y hasta se oía decir que era un excelente trabajador. Por eso te digo que no hay que dejarse llevar por las apariencias. ¿Quién iba a imaginarse que cuando Aldo se ausentaba de Radiocentro era porque estaba de guardia? Y hasta sorprendido me quedé cuando me dijo qué va asere, el deber ante todo. ¿qué se cree ésa? Voy al voluntario (siempre omitía trabajo) porque quiero, porque la gente me lleva y además me siento útil. En fin, que muchos se equivocaban con él. Su talón de Aquiles eran las mujeres; era hombre y estaba en su derecho y su defecto, la negativa al estudio yo no silvo pastal sentao en un pupitre asere ¿tú sabes el tiempo que se pierdo en eso?
Un día me di cuenta que Julio le había cogido tremenda roña a Aldo porque, según él, le había tumbao la jeba. Le tuve que decir que se dejara de hablar mierda porque a nadie le tumbaban la novia y que nuestro Don Juan no tenía la culpa de que lo prefirieran.
Lo que yo no dejaba de preguntarme era cuándo y cómo aquel flaco porque, según él, había tumbao la jeba, le tuve que decir que se dejara de comer mierda porque nadie le tumbaba la novia a nadie, que Aldo no tenía la culpa de que lo prefirieran.
Lo que sí no dejaba de preguntarme era cuándo y cómo las ligaba porque apenas llegaba una tenía a dos o tres al retortero. Las había desde una joven trabajadora hasta una jovencita recién salida del pre con los libros bajo el brazo y su saya azul de listas blancas.
Y no sé por qué, pero estuve esperando ese momento y llegó.
Moraima se asomó a la vida de Aldo. Al principio se confundió con las demás, pero luego la volvimos a ver una y otra vez.
Aldo, que no repetía una, se convertía en hombre de una sola mujer. Simplemente increíble.
Las cosas empezaron a cambiar. Primero fue el escenario de espera: pasaban días y días y ni sombra del flaco. Empezamos a preocuparnos y un buen día, sin que lo esperáramos, vinieron a decir que se casaban.
A la boda nadie faltó. Incluso, falté a dos turnos de clase.
Aquel hombre había alejadso de su vida a todas sus antiguas conquistas: sólo cointaba Moraima.
¿qué la vamohacer asere? Uno jode y un buen día lo joden a uno.
La Habana, finales de los 70.
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