De tanto perder los días, me quede sin calendario.
Primero fue nada, apenas segundos que perdía,
cuando los segundos se transformaron en minutos,
estos fueron vaciando lentamente a las horas.
Las que primero perdí, fueron todas las matinales,
las de las tardes luego, y las nocturnas al final.
Los días sin horas se fueron evaporando lentamente.
Taciturnas, las tardes de domingo se disiparon,
Mas tarde fueron los lunes con su modorra pesarosa,
la fuga de los mediados de semana, de martes a jueves,
acercaron peligrosamente el viernes a su ocaso,
hasta que al final, el sábado se rindió a la ausencia.
Esto comenzó en un insensible julio de invernal,
septiembre, devoró al agosto disipándose en octubre,
diciembre adelanto el fin de año, obviando a noviembre,
ya no fue tórrido enero, simplemente nunca fue,
el breve febrero fue nonato, sin que asomara marzo,
el otoño melancólico se quedó sin abriles y sin mayos,
tampoco hubo junios que recibieran al invierno.
Un calendario sin meses, sin semanas ni días
se fue olvidando en mis manos vacías,
y ya no tuve ninguna otra cosa que perder. |