Otra noche en que me hablan los muros,
mis pecados, tus delgados dedos enterrados,
tus ojos, tus rojos, tus pechos desgarrados,
los gritos infernales de muertos prematuros
No más llanto, no más berrinches inmaduros;
no más incongruencia, necesidad de atención.
Eres un regalo, un lienzo para mi imaginación,
una obra armónica, sonata de cantos obscuros
Palpita tu corazón, se ahoga tu respiración;
se reseca la piel, tus pupilas pierden el brillo;
me entregas tu amor a través del cuchillo,
bailamos en silencio, inundamos la habitación
Estela, mi Estela, tu muerte fue artificial, orillada;
fue un evento, no un suceso. Como cuando me decías
-Los errores planeados, previstos, no son falla son poesía-
Como cuando me decías –Las poetizas mueren mancilladas.
Tras los meses, tu sangre sigue en mi piel, impregnada,
carmín aun brilla, mientras tu memoria es olvidada,
en carmín chilla, llora, ríe. Es mi sentencia, es mi suerte,
es mi condena, es mi vida, es mi cuello, es mi muerte.
Estela, mi Estela, mi crimen favorito. Soñé tu versado cuerpo,
tu rítmico final; soñé la el dolor y la ausencia. Soñé tu poema.
Estela, mi Estela, tus gritos me maldicen, bendita blasfemia;
me abandonan, me liberan, me dejan sin cadenas, sin puerto.
Fue tu aliento lo que me atrajo, de tu muerte me enamoré,
del suave olor de tu sangre, de la profundidad de tu hambre
de existir, de arrastrar la piel, la uñas, los huesos, el pelambre.
No más limites de cuerpo. Estela, mi Estela, con amor te liberé.
Jaime Carcaño.
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