Qué curioso es lo de los olores, ¿no?
El otro día, iba paseando por calle, y pasó alguien con la misma colonia que tú usabas, o una muy parecida, yo la identifiqué de inmediato. Me paré un segundo en medio de la carretera y fui capaz de revivir todas las tardes, mientras te vestías y arreglabas, y me pedías consejo sobre qué ropa ponerte, en un solo segundo, todo.
Un poco más adelante me topé con un puesto de castañas. Qué olor más acogedor y frío. Me quedé observando el puesto, mientras llovía, yo sin paraguas, como siempre, ya sabes, que siempre me criticabas por ello. ¿Recuerdas aquellas tardes que simplemente paseábamos, sin hablar, a buscar castañas que al final ni comprábamos?, yo sí las recuerdo, aunque tampoco las añoro, pasaba siempre mucho frío; aunque lo mejor era el final, cuando íbamos a tu casa, me ponías un disco nuevo cada tarde, mientras tú te duchabas. Yo simplemente me tiraba en tu cama a releer una y otra vez los títulos de los libros de tu estantería, aunque nunca me atrevía a coger ninguno, eran sagrados, en su posición exacta.
He llegado a mi nueva casa y tenían puesta una varilla de incienso del chino de abajo, de vainilla, creo que ponía. ¿Te acuerdas?, cuántos chinos buscando el incienso perfecto, ¿eh?, ¿recuerdas cuál compramos al final?, yo tampoco, pero puedo decirte que seguramente fuera el de vainilla, mi casa olía a ti.
Es curioso cómo cada olor me ha dejado un rastro de tu recuerdo, exquisito y finito. Tu olor, sin embargo es infinito, ha viajado más de 300 kilómetros para meterse en mi habitación y no dejarme respirar tranquila. |