Autor: Asmodeus
— ¿Qué es un fantasma? —preguntó Stephen.
—Un hombre que se ha desvanecido hasta ser
impalpable por muerte, por ausencia, por
cambio de costumbres
James Joyce, Ulysses
En la elegante mansión del acaudalado psiquiatra la temperatura era agradable en contraste con el tiempo de perros que agobiaba a la Angelópolis, hermosa ciudad donde transcurre nuestra historia. El profesionista, ya retirado, miraba con una mezcla de fastidio y curiosidad a su nuera Mary, madre de su preciosa nieta Brenda.
—Ya van cuatro veces que es expulsada de un colegio y apenas tiene 8 años —dijo Mary a punto de soltar el llanto.
—Y ahora ¿cuál fue el motivo? —preguntó el doctor Rafael.
—Esa niña es mala aunque sea mi hija, lastima a los niños pequeños, en esta ocasión aventó a una compañerita y le lastimó su bracito. Ya estaba reportada por lo mismo.
— ¿Qué es lo mismo?
—Pues lo mismo que en los otros colegios, le gusta dañar a los niños, sobre todo a las niñas. Además cuando no hace su voluntad hace berrinches de antología, de tal modo que hartó a sus profesores incluyendo a la psicóloga del colegio. Yo sé que Brenda está enferma, algo tiene aunque usted nos diga que está sana.
Rafael, en buen estado a pesar de tener 72 años, pensó con disgusto que su nuera era muy escandalosa, lo mismo que las maestras de la niña. Una preciosa criatura con su cara angelical y sus ojazos azules, que era su adoración, la hija que nunca tuvo. Él personalmente se había encargado de que los mejores especialistas la revisaran, todos estuvieron de acuerdo que la nena era adorable incluyendo al neurólogo pediatra que le dijo “su electroencefalograma como era de esperar salió normal, lo mismo que los otros estudios y mi revisión clínica”. “¿Cómo era posible —se preguntaba el psiquiatra—, que la niña con él y los demás médicos fuera tan gentil y graciosa como cualquier niña de su edad en contraste con lo que pensaba la madre y sus maestras?”
—Mary no te preocupes, le conseguiré el mejor psicólogo infantil de este país y le haremos los estudios que sean necesarios.
Maldecirás de tu suerte que a tu edad, cuando esperabas pasártela tranquilo, la maldita fatalidad ha movido el tapete de tu serenidad. Recordarás con rabia y dolor la nota periodística del periódico La Gaceta que para darle sensacionalismo usaron tu nombre: “día de campo que termina en tragedia, se ahoga la nieta del prestigiado psiquiatra…”.
Pensarás con un dejo de envidia el consuelo que les dio la religión a tu familia aunque no dejará de sorprendente el alivio que notarás en la actitud de Mary, pero tú, ateo confeso desde tu lejana adolescencia cuando comprendiste que Jean Paul Sartre tenía razón: “somos libres porque no hay dios”. Ahora que se ha ido tu Brenda ¿qué te queda que valga la pena? De inmediato responderás que te sumergirás en el arte y encontrarás consuelo en las cosas bellas.
No concebirás el porqué de esta pesadilla que se repite noche tras noche, sueñas que Brenda te dice: “fíjate abuelito, que estoy muy sola y triste ¿por qué no vienes conmigo?”, pero eso sería natural, lo que te tiene perturbado es lo que te dice después: “fíjate abuelito que a Olimpia, la hija del vecino, quise sumergirle la cabeza en el estanque, pero la maldita es más fuerte que yo y ella fue la que me mantuvo la cabeza bajo el agua hasta que de repente me desperté en el sitio en que estoy”.
Descansarás una semana en que no tendrás pesadillas. El domingo día dedicado al Señor, en que la familia va a misa y tú aprovecharás para una siesta, en ella volverá la pesadilla aunque un poco diferente, Brenda te dirá en tu sueño: “fíjate abuelito, que voy a ir por Olimpia, pues no tengo aquí con quién pelear, aunque me gustaría que tú estuvieras conmigo para que me cuentes los cuentos que siempre me han gustado y que tú me lees o los inventas”.
— ¡Hola doctor! ¿Cómo ha estado?
—Muy bien, gracias.
— ¿Ya sabe la tragedia de nuestros vecinos?
—No, ¿qué pasó?
—Pues su hijita Olimpia se les murió de repente.
— ¿De qué murió? —preguntó un atribulado médico, doctor en psicología clínica, sintiéndose mareado y con la boca reseca.
—Ahí está lo raro, los médicos no saben la causa y la mamá no quiso que se le hiciera la autopsia.
Te sorprenderá imaginar que alguien pueda tener pesadillas recurrentes como te pasa a ti. Nunca has creído en nada sobrenatural, así que no te explicarás la insistencia de tu nieta en aparecer en tus sueños cuando duermes. Al principio pensaste que era una mala digestión o cansancio, pero no, no has descubierto la causa de las pesadillas.
Volverás a soñar que Brenda te habla: “fíjate abuelito, que la Olimpia es muy fastidiosa, se la pasa chillando todo el tiempo y así que chiste. Como me aburro iré por mi amiguita Lucia, ojala estuvieras aquí”.
Al principio estarás convencido que la muerte de la niña Lucia fue una casualidad, pero para tu desgracia habrás soñado la pesadilla tres veces más y tres niñas pequeñas han muerto de causa desconocida.
Querrás comunicarte con tu nieta para parar este delirio de locura que provoca la desaparición de las chiquillas, pero no sabrás cómo. Te imaginarás que ella no ha vuelto en tus pesadillas porque está muy contenta jugando con las nenas. Vivirás en continua zozobra pensando qué pasará cuando ella se vuelva a aburrir.
Buscarás la respuesta a lo que pasa y está vendrá con la plática de un desconocido. Ya estarás convencido que tu hermosa nieta Brenda es un súcubo, demonio que se disfraza de mujer, y que tú deberás convertirte en un íncubo, demonio que se disfraza de hombre, para evitar que las niñas sigan entrando en la dimensión desconocida, pero te quedará la duda de que los súcubos y los íncubos son demonios y a lo mejor…
Antes del suicido del doctor Rafael, éste en su búsqueda a sus preguntas recorrió el Museo del Holocausto al caer de la tarde, y encontró en los obscuros corredores de una galería de cuadros de la maldad nazi a un desconocido, con un ligero escalofrío éste dijo:
—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
—Yo no —respondió el doctor— ¿y usted?
—Yo sí —dijo el desconocido y desapareció.
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