- ROMEO Y JULIETA -
Romeo nunca dejaba de maravillarse ante la delicadeza de cada uno de los gestos de su amada Julieta. Nunca se cansaba de observarla, día tras día, mes tras mes.
Cada movimiento, por mínimo que fuera, se le antojaba una sinfonía maravillosa de perfecta sincronía y exactitud. El amor por Julieta lo consumía por dentro.
Ya no podía más.
Había decidido que si al entregarle este anillo ella no lo aceptaba, se impregnaría con aquel líquido mortal, pues ya nada tendría sentido en su vida.
Le entregó a Julieta el anillo. Exactamente el que hacía 1.564.
Ella lo sujeto delicadamente y Romeo vio con exasperación como lo posicionaba en su lugar... como todos los anteriores.
Romeo sintió que algo fallaba en su interior, no supo definir si era pena o una disfunción, pero ya no había vuelta atrás.
Abatido, sumergió su brazo en el receptáculo del fluido letal y un par de segundos después dejaba de existir.
Julieta no tuvo tiempo de reaccionar para impedir la maniobra suicida de su enamorado y desesperada, sin nada más por hacer, decidió seguir sus pasos del mismo modo.
(Romeo y Julieta son las nomenclaturas de dos autómatas de brazos mecanizados en la fabrica Ferrari en Maranello (Italia), en la cual Romeo lubrica y congela en nitrógeno líquido las anillas que se utilizan como juntas de culata y que posteriormente entrega a Julieta, para que las ubique milimétricamente en su correcta posición en el motor.)
Los operarios de la cadena de montaje siguen sin explicarse porque estos robots en concreto suman una avería mecánica de sistema con su consiguiente parada, invariablemente una vez al año desde su instalación.
Nunca, en ningún ciclo, Romeo llegó a entregar la anilla número 1.565 a Julieta.
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(“Romeo y Julieta” William Shakespeare, 1.564-1.616)
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