Ole, ole y olé
Un día, como otro cualquiera en las urgencias de aquel gran hospital. Nos llega un vih, de los adictos a drogas por vía parenteral. La oveja negra de esa patología, con sus ardides y sus manipulaciones varias, egoistas y un sin fin de cosas. Podréis pensar que estoy llena de prejuicios, pero más bien, estoy llena de experiencias con esos susodichos. Llegó hipotenso, no recuerdo bien a cuenta de qué, tampoco es que estuviera terminal, la mala leche se apodera de ellos y ya no sabes si están vivos o son muertos vivientes. Y la cosa fue que tuvimos que administrar todo tipo de drogas, de las oficiales, no de las que le gustaban al tipo. Había que remontar esa tensión arterial de 60/40 que iba a menos. Pero el tipo no callaba y la novia entró con él. La pobre mujer trataba de calmarlo mientras él no hacía más que insultarla. Valiente imbécil, tener que salvarle la vida, eso pensé. Debería haberme arrepentido por lo que pensé, pero no lo hice. Y la muchacha salió de allí con lágrimas en los ojos. Dos auxiliares y yo, que soy enfermera por si no lo sabía todavía alguien a estas alturas, estábamos allí con él. Tratando de colocar una vía, así que no era muy fácil porque tenía las venas machacadas, como suele pasar en estos casos. A día de hoy sigo pinchando venas machacadas pero de viejos, que son todo un experimento para estos médicos que usan medicina defensiva con tal de dejar el viejo en otra parte con sus males y sus gastos. Hablé con el tipo, le dije que estaba grave y que tenía suerte de siendo como era la cosa, tuviera a gente que le apoyara. Así que si no le importaba, dejaríamos entrar a la muchacha para que tuviera otro comportamiento un pelín más adecuado con esa mujer. Tampoco es que yo fuera consciente de lo que iba a ocurrir, pero supongo que la chica nos lo agradeció en el pensamiento al menos. Como no hay paredes en los boxes de las urgencias, les dejamos hablar, pero tras las cortinas todo se oye.
Y escuché que le dijo el tipo a la chica que le perdonara y que sabía que la quería mucho. La muchacha le besó y se marchó llorando. Médicos internistas con adjunto incluído aunque parezca mentira en una urgencia, estaban a pie de cama dando órdenes sobre dosificaciones, a la enfermera, o sea yo. Ante la espera a la subida mínima de tensión, se hizo un silencio. Un silencio que posteriormente se convirtió en un estruendo de varios segundos e incluso minutos. El señor del box de al lado, ya he dicho que los pacientes estaban separados por simples cortinas por si alguno se piede en la historia, se puso a mear y se tiró un pedo sonoro que parecía ser como cuando los adolescentes colocan una pinza en el tubo de escape de su motito. Ya no existían miligramos de nada, no existían licenciados de nada, ni toma de tensión arterial, sólo había un grupo de gente, allí a los pies del vih, cronometrando el pedo del tipo de al lado. Incluso alguno de los presentes trató de hacer apuestas cronometrando el gas. Y llegó una auxiliar de enfermería a retirar la botella (orinal para hombres) al hombrecito-bombardero. La muchacha pegó un grito porque el tipo había intentado cagar dentro de la botella y a parte de eso se le había caído al hacer malabares para que le entraran los soretes y se había caído al suelo. Tras los dires y diretes del box de al lado, nuestro paciente, que todavía existía, se levantó y dijo ole ole y ole, refiriéndose al hombrecito bombardero. El caso es que fue lo último que dijo, al rato se murió. Nunca sabemos lo que diremos en el último rato de nuestra vida, ni cual será la circunstancia que nos envuelva en esos minutos. Menos mal que se despidió de la muchacha.
Pertenece a la columna titulada Esto no es House de http://www.tintavirtual.net/index.php de iolanthe.
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