Te pondré entre paréntesis para que no te escapes. Además, te pondré entre signos de interrogación para ver si resuelves, de una vez, tus problemas de identidad. Ahora que lo pienso mejor, te pondré en un anexo para matar tu orgullo o te pondré en una nota, a pie de página, para ningunearte. Te pondré bajo la custodia de las diéresis y bajo las uñas oblicuas de las tildes para que sientas el peso y la agudeza de su voz. Pero mejor, terminemos ya con este juego, te pondré una tachadura encima para anularte, un borrón, un garabato. ¿Ves? Ya no existes, te he borrado con la goma de borrar, he rascado la superficie del papel con la uña, y ya no estás. ¿A lo mejor es que prefieres verte cortejada por un garfio o perseguida por un macrón? Quizá no sea necesario llegar tan lejos, pero sí te pondré en una nota marginal para que conozcas la marginación. Te pondré la Apostilla de la Haya, para que sepas cómo nos las gastamos los chupatintas, es bueno conocer esas cosas para una adecuada educación sentimental. Pensándolo mejor, creo que te pondré in media res, para que aprendas lo que es la vida —siempre estamos en la mitad de alguna historia— o te pondré en un punto y final, para no verte más. Sin comas, para que no puedas respirar...
Venga, va. Se acabó tanta tontería. Te escribiré con hache, para que sepas del silencio. Te pondré en medio de la nada, para que sepas lo que es la escritura, pero no llores, por favor. Si sigues llorando me veré obligado a ponerte una barra pisana para que resbalen tus lágrimas. No me gusta verte triste, sino juguetona. Te pondré en bastardilla, para ver cómo andas de cintura. Te escribiré con acento circunflejo, para que no te mojes cuando llueva. Te pondré en medio de un texto iluminado, para contemplar tu belleza. ¿Sigues llorando? No seas boba, no llores. Te pondré junto a una metáfora sostenida, para que estés siempre perfumada y te escribiré con dos puntos, para que empieces a contarme cosas una detrás de otra, no importa que estén desordenadas. ¡Te pondré entre signos de admiración porque te amo! y tiraré al suelo los corchetes, los acentos, las diéresis, las vírgulas y las cedillas, mientras desabrocho tu blusa, lentamente.
Juan Yanes
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