Entro en su casa y veo, recortada sobre la mesa, dejada con descuido, La revocación del edicto de Nantes de Klossowski. Antes me impresionaban los autores de culto, Klossowski, Erri De Luca, Paul Celan, ahora no. Ahora sé que es una pose. Me producen hastío. Él, fantaseaba con llegar a ser un autor de culto, pero aunque sea un excéntrico, lo amo. El dormitorio, la cama sin hacer y en el suelo, como pájaros estampados, las páginas descosidas y dobladas de otro libro cuyo título no alcanzo a ver. Lo empujo con la punta del pie, pero no se gira. Las cortinas corridas, el armario de luna con las puertas entreabiertas, el pasillo en penumbra, una pátina infinita de polvo sobre los muebles, la casa toda suspendida en un vacío de color amarillo. Inútil buscar relación alguna entre los objeto desperdigados, ínfimos continentes a la deriva, y su ausencia. Todo está como abandonado. Ningún mensaje, ninguna llamada perdida, ningún aviso, ninguna nota. A veces le gustaba jugar a las relaciones entre los objetos, los títulos de los libros y los sucesos de la vida. No importa, nada importa. Ya no está aquí. Se ha ido, ha desaparecido, se lo ha tragado la tierra. Salgo, bajo la escalera y me alejo un poco aturdida. Nunca sabré nada de su extinción. Entonces, mientras me alejo, recuerdo su última excentricidad, la bañera exenta que hizo poner en el cuarto de baño y la ligereza con la que contaba una y otra vez la historia del suicidio del pintor maldito, desconocido en su país, que se abre las muñecas y las rodillas, metido en el agua tibia de la bañera de su estudio en la Rue de Baugirard en Montparnasse. Regreso precipitadamente a la casa. Subo las escaleras con el alma en vilo, abro la puerta y corro hacia el cuarto de baño.
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