Luchando con Dragones
(Solo mirando el castillo desde fuera, se puede sentir la nostalgia de quien ha estado dentro)
Y esa noche, tendido en el suelo, se quedó contemplando el negro cielo tachonado de estrellas y se dio cuenta por primera vez que estaba cansado de luchar con dragones.
Lo había hecho toda la vida. Al principio fueron dragones pequeños y retozones, algunos medianos con la fuerza juvenil todavía desmedida, esos que derrochaban energía y vitalidad, con los cuales simplemente se midieron fuerzas y se adquirió destreza, pero poco a poco los rivales fueron de mayor tamaño y pronto llegaron aquellos que habían aprendido a luchar y sabían como, donde y cuando atacar, esos que superaron sus propias luchas y al final casi siempre salieron victoriosos. Ahora él, igual que aquellos, como sobrevivientes de una forma de vida casi extinguida, iniciada en las épocas románticas de San Jorge, se encontraban fuera de lugar, fuera del tiempo, en un mundo que no era el suyo, pero hasta ahora así lo empezaba a entender.
Ahora estaba cansado de luchar con dragones; había estado montado en un caballo alado, armado únicamente con la espada mágica de la voluntad de caballero y por primera vez se sentía cansado y quiso dormir para dar descanso a su cuerpo fatigado, pensando que al despertar su cansancio abría desaparecido y de nuevo estaría lleno de fortaleza dispuesto a seguir luchando con dragones, como tantas veces lo hacía hecho.
A la mañana siguiente se despertó y vio su cara reflejada en el agua de un estanque, pero allí no estaba él; el luchador con dragones, el romántico que hizo suyas las luchas de los demás, aquel que había tejido con su imaginación una armadura que le defendía de los golpes ajenos; no, allí reflejado en el estanque había una persona que no conocía, allí en su cuerpo estaba un ser diferente, una persona de pelo blanco, de surcos gruesos en su frente, de ojos lánguidos, con arrugas y signos de vejez por toda su cara y profundas heridas aún sin cicatrizar en su corazón. Esa persona que ocupaba su cuerpo, había envejecido sin que él se diera cuenta, él que no había vuelto a mirarse a si mismo y creía que el tiempo se había detenido, ignoraba que en la realidad el tiempo había seguido su marcha inexorable, mientras continuaba luchando con dragones ajenos y ahora se preguntaba por qué, pues los dragones no eran su pelea, era la de los demás y sin embargo luchó contra ellos y envejeció en su empeño, mientras los demás disfrutaban de la tranquilidad que él les brindaba con su lucha contra los dragones. Hasta construyó un castillo para que se refugiaran y protegieran, mientras él se dedicaba a alejar los dragones y todas las defensas que instaló las usaron luego contra él para que no pudiera regresar, una vez que estaba fuera como todos los días, luchando con dragones.
Se quedó allí sentado, pensando y recordó que a pesar de todo, aún le quedaban las guirnaldas, aquellas que en los días de gloria adornaron su frente, igual que a los Cesares en el pináculo de sus victorias; pero esta vez entendió que ahora solo eran símbolos marchitos de luchas ganadas, y que esas guirnaldas no llenan el espíritu, ni quitan el frío que se anida en el alma cuando solo el recuerdo perdura de aquellos triunfos pasados.
Por eso esa noche, igual que la anterior, se tendió en el suelo y se quedó mirando el cielo negro tachonado de estrellas y aceptó que estaba solo y cansado de luchar con dragones.
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