Cuando era joven pensaba que el dinero es lo
más importante en la vida. Ahora que soy
viejo, estoy seguro de que así es.
Mi difunto tío
En cada familia siempre hay una persona así: alegre, carismático, bien parecido y con un desconocimiento absoluto de la moral, no es que sean criminales, sino simplemente irresponsables. Estoy describiendo al tío más querido por nosotros sus sobrinos, derrochó una fortuna en el buen vivir, dejó tres divorcios, muchos hijos y llegó a viejo solo y cuando estuvo a punto de morirse me dijo: “sabes Terry de lo único que me arrepiento en mi vida es de haber dejado de hacer tantas cosas divertidas que la pinche sociedad no me dejó llevar a cabo”.
El velorio de mi tío fue tradicional, pues sus hermanas al fin, siguieron las costumbres de las buenas conciencias, no hubo mariachis, canciones y vino como mi tío hubiera querido. En su velorio se me ocurrieron varias reflexiones que pongo a continuación.
Si no fuera por el dolor de haber perdido a un ser querido, cualquiera diría que un velorio es una fiesta. Bueno, en realidad aún así, el ritual de velar a un muertito frecuentemente tiene ribetes graciosos, a veces muy divertidos.
Empezando por el principio yo preguntaría ¿qué es un velorio? Pues el acto de velar a un muerto, una ceremonia que nace de que cuando alguien se moría quedaba la duda de que si estaba o no realmente muerto y para que no lo fueran a enterrar vivo, lo dejaban toda la noche entre cuatro velas para ver si la luz parpadeante de éstas lo hacían reaccionar para que se levantara a seguir viviendo.
Ahora el velorio es un evento social que se hace principalmente para dar oportunidad a que vayan deudos y amigos a darle el pésame al compadre o a la viuda, pero eso les toma menos de un minuto.
El resto de la hora y media que permanecen en la capilla, lo dedican a tomar café con galletas, a contar tallas (chistes), a saludar amigos a los que hace mucho que no veían o a echarle miradas lúbricas a las damas que se pusieron un vestido negro que ya les queda muy apretado porque no tenían otro de color apropiado para asistir al evento. Yo como escritor no desdeño, como carne literaria, prácticamente nada, y estoy condenado a fijarme en todo: en las lágrimas de mi prima Leticia, pero también en sus piernas enloquecedoras y en sus pechos hechos de diabólico deseo y de pecado.
Deudos y amigos, dije un poco más atrás. ¿Por qué deudos, si no deben nada? Bueno, el deudo es aquél que tiene parentesco con la persona, que tiene un compromiso o sea “que se debe” a esa persona por decirlo de alguna manera.
Cuando llega uno a la capilla, espera encontrar al amigo afligido por la muerte de su pariente y no es raro que se lo encuentre platicando muy animadamente con los cuates, quizá del carro deportivo que acaba de comprar y de pronto tiene que poner cara de circunstancias porque ve que se acerca uno a darle el riguroso abrazo y a decirle la rigurosa frase de “lo siento mucho” o “mi más sentido pésame” o si acaso, en un derroche creativo le diga “ya sabes que estamos contigo”.
Si no hay posibilidad de retirarse de inmediato, quizá habrá que pronunciar una de las dos “segundas” frases que se usan: “Lo bueno es que tu papá ya descansó” o la otra que dice “piensa que no se nos fue, nada más se nos adelantó”. Quizá haya alguien que todavía diga resignadamente “no somos nada” pero tendrá que aceptar si se le juzga de falto de imaginación o de andar fuera de moda.
El “pésame” es una palabra extraña para ese tipo de expresión con lo que se muestra dolor y aflicción. Pésame se refiere al pesar que siento por la partida del que se fue, pero dicho así “pésame” es equivalente a “me pasa” y eso puede entenderse como que me refiero a algo que hice y ahora me arrepiento.
En todo caso sería mejor decir “voy a darle al aflígeme a mi amigo” o quizá hasta podría llamarse el “duéleme”. En cualquiera de estos casos me parecería más apropiado que el acostumbrado pésame.
Otra cosa que sucede con frecuencia en los velorios es que todo mundo muy adolorido, muy adolorido pero empiezan las discusiones sobre el testamento (eso sucedió en el velorio del tío, pues era rico el viejo) y dicen: y a mí ¿cuánto me va a tocar? Expresión que tal vez no se diga tan abiertamente pero que se ve que bulle en la mente de un sobrino que nunca se preocupó por el viejito pero que ahora anda diciendo a quién lo quiera oír “el tío siempre dijo que yo era su sobrino preferido y la verdad es que me quiso más que un hijo…” mientras en sus ojos brilla un signo que resplandece como un anuncio de gas neón. (Desde luego no soy yo ese sobrino ¿o sí?).
No faltan los velorios y éste fue el caso en el velorio del tío (pues él tenía el corazón como zaguán, todas las damas cabían) en que aparece una señora que —como un secreto a voces—, todo el mundo sabe que era “el segundo frente” si el muertito era casado o la “otra novia” que tenía el joven soltero (o mi tío divorciado) para hacer todas las cosas que no podía hacer con su noviecita santa que era “la oficial”. En fin ¡cuántas cosas suceden en un simple velorio!
Gracias a las arpías de mis tías (hermanas del difunto) no hubo “desmadre” en el velorio a pesar de dos damas que pregonaban sus derechos.
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