QUEZALTENANGO
El camino hacia Quezaltenango se hizo empinado y difícil. El frío de las altas montañas y la presencia de volcanes muy activos impresionaban a los viajeros. Envueltos en sus capas se protegían del frío. El golpeteo del carruaje sobre las piedras agravaba, inmisericordemente, el dolor en las hemorroides de los viajeros. Prepararon tisanas, ungüentos de sábila y cuanta hierba encontraron. Remojaron sus posaderas en ríos y riachuelos, pero su dolor no fue aliviado hasta llegar a las aguas termales de Zunil. Agua sulfurosa, caliente y curativa, fue alivio casi instantáneo para sus sufridos culos. El brebaje que preparara la vieja les dañó el viaje. Y eso que lo hizo con agua bendita y chile chiltepe.
-¡Por las nalgas de Satanás, que nos la ha de pagar! Dijeron a coro los agredidos.
Lobo y Falete disfrutaron a carcajada limpia lo ocurrido a sus jefes. Para celebrarlo tomaron de una bota de vino que colgaba de una cabalgadura y... ¡Se emponzoñaron el culo! Grandes almorranas brotaron a las pocas horas. Se pasaron el resto del día sentados dentro de los baños termales y bramando a cada pedo que expulsaban.
-A la verdad que esta ciudad es impresionante- Dijo Don Luis, mientras acudían a recibirlos el Cabildo Municipal y varios indígenas.
Quezaltenango, dentro de un amplio valle, relucía al sol, aunque hacía bastante frío.
- Vamos al condumio, Don Luis. Puesto que ya nos han mejorado los males traseros, es hora de engullir esos pavos salvajes que hemos atrapado esta mañana.
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- ¡No se os ocurra mandarlos a preparar picantes, Don Rodrigo! ¡Sé que os agrada el condimento, pero sería casi un suicidio...!
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- Han atrapado merodeando a la ciudad a un tal Simón el pulgas, me ha dicho el cabo del regimiento. Ha cantado como codorniz en celo. Traía tres damajuanas de vino envenenado. Ya le han hecho tragar una. ¡Ese sí que se ha de cagar en su abuela en breve!. La Superiora con sus trucos es la causante directa de nuestros males en las asentaderas.
Todos juntos engulleron sendos y repletos platos del cocido de pavo salvaje, acompañado de tortillas de maíz recién sacadas del comal.
Don Luis, cabizbajo, añoraba unas longas de jamón y unas sardina asadas a la vera del Guadalquivir, en la fonda del Maese Felipe el tuerto.
Una vez hubieron recolectado los tejidos y las tientes, con abundante chinchilla, cargaron los carruajes y las alforjas fueron llenadas con algún metal precioso encontrado en las minas de plata de la región.
Esa noche se fueron todos de juerga, ya con el trasero recuperado, a la Cantina de la Maruca, a la vera del río Samalá. Se hablaba bien de las hermosas mestizas que alegraban a los viajantes en dicha estancia. Trago de boj va, trago de vino viene, cada uno con una muchachona en ancas, Don Luis, Don Rodrigo, El Lobo y el Falete se entretuvieron hasta la madrugada y ellas los entretuvieron a ellos hasta el amanecer.
-Habrá que organizar viajes más seguidos a esta ciudad- -Decía Don Luis con la mano metida dentro de la blusa de la compañera de juerga, mientras apuraba una copa de tinto y mordisqueaba de la propia boca de la muchacha un queso de cabra lugareño. El frío y la altura les daba ganas de seguir bebiendo, pero eso aceleraba la borrachera.
- ¡Por los santos patrones vuestros, santos Meterías y Zacarías!, brindaba Don Rodrigo, con las dos hembras que le acompañaban, porque no se contentaba con una sola, a pesar que la dueña del local le había advertido: ¡Amigo, usted creo que no alcanza ni para empezar!. Pero había alcanzado y ahora quería seguir...
Al otro día, con la cabeza a punto de explotarles, re emprendieron la vuelta.
Al segundo día de viaje, ya llegando al altiplano, Don Luis le pregunta a Don Rodrigo.
- Amigo médico. Siento ardor al mear. Algo me mancha la ropa.
- ¡Os han pegado una purgación! ¡Maldita sea!. Lavaos el miembro con limón y agua de nance... Bebed pelo de elote de maíz hervido. ¡Yo haré lo mismo por si acaso!
Ambos se lamentaban de su mala suerte... pero no sabían que la Superiora se frotaba las manos en el Convento mientras de rodillas imploraba a Santa Cástula de La Condesa, para que algo les pasara a estos fornicadores. Ese día se había pasado curándole el culo a Simón con cataplasmas de árnica y salvia.
Los componentes de la comitiva se entretuvieron un par de días más en el camino, para no llegar ardidos del meadero. Un viaje para recordar. Por obra y gracia de la monja vengadora, ambos habían estado enfermos de sus parte más ítimas.
En cuanto lo hicieron, Don Luis fue notificado que, junto con su familia, tendría que partir hacia la Villa del oso y del madroño, Capital del Reino, para recibir órdenes directas de Su Majestad. Posiblemente le enviarían hacia la mismísima Roma en una misión ante la Santa Sede.
Fue maquinando la forma de vengarse de la monja delante del mismísimo Papa.
Villa de Madrid, capital del reino, año del señor de 1671.
Reinaba por esos días un niño, Carlos II, que además de las deficiencias físicas conllevaba un retraso mental, conocido por todos como “ el hechizado" y por otros muchos como “ el carajote”, con el se iba derrumbando el imperio, justo cuando las letras hispánicas alcanzaban su mayor esplendor, así que el gobierno era llevado por su madre, Doña Mariana de Austria y validos como Valenzuela...
Don Luis paseaba por unas calles bulliciosas que no se hacían eco de la decadencia y que mejor momento que este para que truhanes, pícaros y putas hicieran su agosto. El carruaje se dirigía veloz hacia el palacio Real, allí
le esperaba el mismísimo valido para encargarle el envío de una misiva para la Santa Sede, Don Luis se había hecho acompañar de su fiel amigo Don Rodrigo, al que quería encontrarle hueco entre los cirujanos de la corte.
- Amigo Rodrigo, no se si conoceréis la Antiquísima Roma, pero a mi me han contado que hay tantas putas como curas y curas hay muchos...
- Anoto su observación y hago una operación matemática, si hay muchas putas y muchos curas, también debe de haber muchas tabernas que les den para regar el gaznate, ¡ y que me parta un rayo si ese vino no debe de estar bendecido por el mismísimo Papa Clemente X !.
Las carcajadas se oían en el patio trasero del palacio mientras descendían del carruaje, tras pasar varios pasadizos y algunas salas tristes y desnudas Don Luis entró en un despacho donde un oscuro funcionario disculpó al valido por su ausencia, casi sin mediar palabra le entregó el documento , guardado en un sobre lacrado, así como los permisos necesarios para llegar hasta Valencia donde una semana más tarde debería tomar el barco que le llevara a su destino final, Roma.
Esa noche, antes de la partida hacia la ciudad de las flores y mientras Doña Jimena y el cada vez más crecido Luisito descansaban en la casa de su buen amigo el Duque de Lerma, Don Luis y Don Rodrigo fueron a tomar el aire y lo que no era aire, las calles adyacentes a la Plaza Mayor eran un hervidero de chusma que acudía a los colmaos y a los tablaos más famosos de la Villa y Corte. Entraron embozados por la capa en “ la taberna del trapo “ ( no era menester que fueran reconocidos entrando en tal sitio ) y una vez dentro se sentaron una mesa y solicitaron buen vino y chacinas, muy pronto se les
comenzó a calentar la boca...
-¡ Tabernero !, mi amigo y yo buscamos compañía agradable y si puede ser que sea bella...
- Caballeros, no han podido dar con el mejor lugar, arriba espera Lucía, ” Lucía la del trapo”, no hay hembra que se le compare en esta Villa, es jaca que soporta dos jinetes, no se si vuesas mercedes me entienden...
- ¿ Y es limpia ?
- ¡ Como los chorros del oro !
Subieron al piso superior y entraron en el nido de “ Lucía la del trapo “, humo le salía por las orejas a ambos cuando vieron la escena, allí estaba la fulana, un pie en tierra y el otro en una silla, tres tipos haciendo cola, y cada vez que terminaba la faena cogía el trapo que llevaba al hombro y se limpiaba la entrepierna como quien da esplendor a la platería, bajaron corriendo y le dieron una buena manta de palos al tabernero, borrachos y llorando de risa subieron a su carruaje y dieron por terminada la despedida de Madrid.
Dos semanas después veían en el horizonte la costa italiana, las ansias por llegar a Roma les hacía palpitar el corazón como el galope de un caballo
desbocado...
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