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Morgund deambulaba solitario por el parque octogonal de la ciudad dormida. Entreveraba los vientos confundiendo a las aves nocturnas, mientras practicaba el recién descubierto talento. No imaginaba, en su inocente juventud, que era observado intensamente desde el corazón profundo del bosque artificial. Martika, una veterana mujer, pero nueva integrante de la “Sociedad de los seres diferentes”, no veía la hora de presentarse ante el adolescente pero para enseñarle “otras artes”…

En la última reunión del extraño grupo de “talentosos” realizada en “el sótano” ubicado bajo el lago del parque, una construcción modernísima y oculta fabricada para sus encuentros secretos, Rhcastro, la madre de Morgund, con su innata “habilidad” había vislumbrado, con sólo mirarla, la oscura intención de Martika para con su hijo dilecto. La señora, que siempre parecía estar en estrecha comunicación con algún misterioso finado invisible a los demás, se había pasado la hora entera, recorriendo con sus ojos de gata en celo, la armoniosa anatomía de su único hijo varón, a quien ella cuidaba como a una joya preciosa.
Entinieblas, padre del joven y devoto esposo de Rhcastro, la había tranquilizado prometiéndole hacer uso de su “poder” si aquella extraña recién llegada al grupo, se atrevía a ponerle una mano encima al muchacho.

Aquella noche, Entinieblas, cegado por el deseo hacia su mujer, rompió su rutina de chequear a los hijos y apenas si revisó, rápidamente, el cuarto de su hija menor. Sin recordar la preocupación de su esposa, pasó por alto la segunda habitación. El pecho se le ensanchó a ver a su Divinaluna, por quien tenía una debilidad especial. La hermosa criatura respiraba tenue y calmadamente, con la perlada faz infantil iluminada por la luna. Ella, ya poseía la “capacidad” de ver a través de las paredes, por lo cual Entinieblas, debía estar muy atento para dominar sus impulsos conyugales por las noches, por el peligro de corromper, sin querer, a la hija.

Mientras tanto, entre la fronda, la luna dibujaba nubes plateadas sobre la grama, y el tierno Morgund dirigía la orquesta de los vientos que sacudían las copas de los árboles, generando tormentas de luz que le obnubilaban la mirada celeste.
Martika, como si se encontrase haciendo tan sólo una caminata nocturna, con ayuda de sus finados amigos, logró que la luz de la luna en una alquimia visual, dorara aún más su cabello y perlase su piel hasta tornasolarla, para deslumbrarlo y que él sintiese la necesidad de acercársele.

Cuando el chico, como atraído por un imán estuvo frente a ella, la ladina mintió susto, y hasta sorpresa de verlo y por un momento, él sintió el frío aliento de los muertos que la acompañaban y se erizó su piel desnuda.

El joven preguntó por su “talento” y quiso saber si en ese momento, ella estaba en contacto con algún muerto, ya que recordaba su performance en la última reunión, en la que él había perfeccionado su poder con los vientos. Ella aprovechó a hacerse la misteriosa y le contó que, en efecto, estaba con “algunos amigos” que tenían muchas cosas intensas para contar…

Ella le dejó el anzuelo, y él, abriendo los ojos como platos dijo querer escuchar más. Martika indicó un lugar oculto, lo tomó del brazo y lo instó a sentarse sobre el mullido césped con ella. Con la oscuridad a su favor, y el joven ansioso mirándola, empezó por pedirle sus manos para comenzar el llamado al más allá. La vista del joven desnudo, ansioso, acomodado frente a ella como un buda esbelto y níveo la excitó sobremanera y comenzó por mirarlo fijamente y acariciar sus manos e instarlo a cerrar sus ojos para que “sienta” lo que ella le iba proponiendo.
Listo, pensó ella, el chico había quedado enganchado, y ahora lo tenía a su merced. Era sólo cuestión de tiempo para que la seducción haga lo suyo y él, acabe pensando que todo había sido su idea.


En ese mismo instante, Entinieblas cerraba la puerta del cuarto de Divinaluna, creyéndola dormida para lanzarse al lecho, junto a su esposa y embestirla, como cada noche de su vida juntos.
El sexo entre dos poderosos semidioses era un acto flagrante de espontánea y mutua voracidad. Rhcastro se entregaba abierta, completamente, ya que los nubosos pensamientos sexuales de él, eran ilegibles durante el acto, para ella. Y él, con su poder resucitador, con lo imposible como posible, había desarrollado un carácter iracundo y sensual que enloquecía a su esposa.
Su embate era la potencia embravecida del oleaje, mezclada con el fuego candente que teñía sus ojos acuosos para locura y placer de su mujer. El encuentro duraba horas, y los dejaba agobiados durmiendo hasta entrada la mañana.

Pero aquella noche, quizá estaba signada por la tragedia, y ocurrió que Divinaluna, despertase para observar, a través de las paredes, el furioso acontecer sensual de sus padres.
La impresión que esto causó en la niña fue el detonante de la desgracia que se avecinaba.
Quizá ella sólo vio una parte o no reconoció en aquella violenta contienda, un acto de amor y deseo, y lo creyó un daño en sí mismo, lo que la obligó a salir a buscar al hermano mayor al no encontrarlo en su habitación.

La grácil niña corría angustiada dejando un halo de luz blanca entre los negros árboles del parque. Imaginaba a su hermano, jugueteando con los vientos, sin sospechar que en la casa, en ese momento, ella creía haber visto a sus padres, haciendo algo que sin dudas era el preludio de la muerte de ambos. Las lágrimas la cegaban pero no cejaba en su búsqueda, tenía que avisar a su hermano que algo muy malo estaba sucediendo.


Morgund y Martika, permanecían sentados uno frente al otro, mirándose y tocando sus manos. El joven quizá había perdido un poco de interés, ya que Martika, al no conocerlo en profundidad, no imaginaba qué transmitirle de parte de los muertos, y tampoco sabía qué decirle que pudiera interesarlo. Ella, a su edad, no lograba llegar a despertar una cierta sensualidad en el inocente muchacho. El, sólo esperaba importantes mensajes del más allá. Martika tenía que tomar medidas extremas. De pronto, se levantó y se alejó unos pasos, hasta desaparecer para hacer un pedido extra a sus finados.
El joven, curioso, intuyó algo así como una conversación, y escuchó algún tono de voz más alto de Martika que parecía estar discutiendo con varias personas a la vez, pero no se movió de su sitio.

De pronto vio volver a la mujer completamente cambiada. Se inquietó, por un momento pensó que era otra. Ella comenzó a desnudarse despacio, ahora segura de sí misma, con el cuerpo firme y juvenil. Fijaba firmemente la mirada en la de él, que adivinaba que el plano de la situación había cambiado.

La arpía había conseguido que sus amigos finados le hicieran el favor de devolverle la juventud perdida, para disfrutar un momento de amor con el muchacho, con la sola condición de poder quedarse mirando.

El joven, dominado, sin apartar jamás la mirada, suspiró y se acostó cuan largo era movido por un impulso de rendición. Nada en él se parecía a su poderoso padre Entinieblas. El sólo era un fauno debutante atrapado en las redes de una bruja que se hacía pasar por tierna. Morgund miraba venir a la momentáneamente bella, sin preguntas ni coloquios, dejando que ésta lo besara, lo acariciara, que dirigiera sus manos hacia su geografía enhiesta y que lo montara sabiamente para llevarlo en una carrera conquistadora de sensaciones recién descubiertas.

Pero antes del clímax, la pareja fue sorprendida por Divinaluna que apareció en el claro y otra vez, se encontró con similar escena a la vista momentos antes en su hogar. La niña gritó y se tomó la cara, lloró sin entender que sólo de una dulce tortura parecía tratarse. Los padres, que habían notado el escape de la chica y habían salido tras ella, al llegar y ver la escena, reconocieron que se trataba de Martika y de su amado hijo Morgund. La furia de Entinieblas hizo sonar un trueno y resucitó instantáneamente a todos los muertos que la arpía había llevado con ella y éstos, todos jóvenes abusados por ella en la plenitud de sus vidas, escaparon de su asesina sensual, felices de saberse otra vez vivos. Al quedarse sola, sin ayuda y sin magia, el hechizo se deshizo y una Martika centenaria se desintegró en un fino polvillo gris sobre el cuerpo de su joven amante de turno... El muchacho, asqueado huyó hacia sus padres, tapándose la boca con el dorso de la mano, finalmente a salvo.

Luego de la desaparición de Martika, y a partir de aquel suceso que pudo haberle costado la vida al joven, “La seducción de Morgund”, se transformó en algo así como una fábula didáctica, para enseñar a los jóvenes en la “Sociedad de los seres diferentes” a que no usen sus poderes en beneficio propio o en vanidades personales, sino para beneficio de la humanidad.



Años después, RHcastro, descubrió que el poder de la bruja Martika, al partir ésta, le había sido a ella otorgado por los generosos Dioses de la Ciudad Octogonal. Los muertos eran dadivosos y le hacían favores a cambio de transmitir mensajes a sus deudos. Un día, su esposo Entinieblas partió de su lado ofuscado, aduciendo mezquindad y pereza sexual de parte de ella, a quien veía envejecida, y se instaló junto a una opulenta veinteañera que había resucitado tiempo atrás, luego de un accidente y que, agradecida con su salvador, estaba dispuesta a complacerlo en todos sus deseos.

Rhcastro, desconsolada, olvidada del suceso de la fábula, decidió pedir a sus “muertitos” como ella ya los llamaba, un pequeño favor, para verse algo más…rejuvenecida

Texto agregado el 30-10-2012, y leído por 137 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-11-2012 Muy bueno Marta! Mágico y erótico! me gusta. hugodemerlo
31-10-2012 Que hermoso te salió este cuento fantástico amiga, en realidad va a ser difícil la votación...bellisimo! silvimar-
 
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