Los años lo habían convertido en un Casanova venido a menos; el Alzheimer, que progresaba lentamente, lo había metido en más de un apuro al confundir el nombre de alguna señorita con otra. Esa sonrisa escasa de dientes ya no surtía el mismo efecto hipnótico de otras épocas, y aunque no lo quisiese admitir, las canas y el exceso de peso hacían estragos en su oficio.
Además de sus propias limitaciones era bien sabido que la inocencia ya no se conseguía al por mayor en el marcado: luego de años de ejercicio y con una reputación bien definida, digamos que no quedaba en el pueblo una sola mujer que le creyera alguna palabra.
Así fue como la necesidad lo llevó a incursionar en el mundo cibernético, lugar en el cual vio sus posibilidades elevarse a la enésima potencia. Al fin estaba contactado con cientos de mujeres, todas ellas, ávidas de cariño y comprensión, y él a pesar de los años no había perdido su astucia y su labia.
Colapsado de tanta oferta tuvo que rápidamente confeccionar una planilla de Excel para poder registrar los nombres, las actividades y lo charlado con cada una de las desafortunadas damiselas, que ignoraban sus fines no santos.
La jornada le resultaba totalmente agotadora, con tantos mensajes que responder y tantos poemas prometidos; hasta que el famoso “copy y paste” le llegó a los oídos gracias a los conocimientos informáticos de una de sus hijas… su vida había tomado un nuevo rumbo.
En pocos segundos podía multiplicar su saludo matutino, herramienta fundamental para hacer sentir valorada a una mujer, ¡ a una, a dos, o veinte simultáneamente!. Podía repartir a diestra y siniestra sus poemas románticos y ambiguos, sin necesidad de tipearlos cada vez que lo requería, e incluso pegar enlaces de Youtube de Roberto Carlos en los libros de visitas de sus víctimas.
Lo que el seductor ignoraba, es que todos los mensajes eran públicos, a menos que él pusiera la correspondiente tilde en privado, cosa que no averiguó hasta que una lluvia de puteadas sorprendió a su libro de visitas (nunca se debe menospreciar el encono de una mujer despechada).
Cuenta la leyenda que hasta el día de hoy, el pobre diablo sigue copiando y pegando sus disculpas en los libros de visitas, pero esta vez en privado.
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