PASAJES DE INFANCIA (Novela) - Cap. I
LA LECHE DE CABRA
La primera y más clara visión que guardo de cuando era niño, es el recuerdo al amanecer de la cabra que berreaba amarrada de una pata a uno de los pilotes más gruesos de pino que sostenían el rancho, al lado de la vieja casa. Recuerdo cuando mi abuela decía bien tempranito llamando a la cabra: “Chiva, meee", de forma que ésta escuchara y estuviera lista para el ordeño. Quizás tendría yo un año o menos cuando viví aquel pasaje hermoso de mi infancia. ¿Qué es lo primero y más lejano que recordamos de cuando éramos niños? Todos tenemos más o menos una visión borrosa de aquel primer momento; pero sin mentirles, ese había sido y será siempre para mí el primer y más lejano recuerdo que guardo en mi memoria, cuando me pongo a pensar desde cuándo he existido.
Mi abuela llevaba siempre una lata o marma vacía al rancho para hacer el ordeño. El rancho era grande, de cobijas de canas, de suelo de tierra dura y seca, compactada por los años. En una esquina permanecía el torno, con la rueda de hierro en forma de timón, el cual se usaba para tensar o reparar bastidores de cama. Detrás del rancho, el monte verde y espeso, del cual he guardado también muchos recuerdos.
Mi abuela caminaba en sandalias, moviéndose de un lugar a otro por toda la casa en sus quehaceres domésticos, bailoteando con su falda gris, y yo me quedaba mirándola, con mis grandes ojos negros y mi pelo rizo enmarañado. En tanto, la chiva se remeneaba nerviosa en el rancho. “Chiva, meee”, volvía a decir mi abuela, esta vez en forma de chanza, para que yo la escuchara también, porque sabía que la leche era para mí. Luego se oía el sonar de la leche caer en la marma. Con esa leche me alimentó mi abuela y quizás por esa razón hoy me siento más saludable. Recuerdo aquella vez, ya siendo muchacho de ocho o nueve años, pues tuve que ir al médico con mi abuela, porque tenía sarampión y me había subido la fiebre. El médico me examinó, pero al hacerme los análisis, se había quedado sorprendido porque no se explicaba cómo yo estando tan aquejado y con fiebre podía tener la sangre tan limpia y libre de daños. Entonces, mi abuela, muy confiada, le explicó al médico que era que yo tomaba todos los días por la mañana la leche de cabra.
De mis "PASAJES DE INFANCIA"
Para Anabel, Aidée y Édely
|