El llanto
destructivo no cesaba,
revolver deseoso
de escupir su bala,
cruel pero necesaria soledad,
la mano amiga siempre presente,
más imperceptible
ante los ojos de la desolación,
un minutero incesante
de agravios y sin sabores,
primero lento, luego fugaz,
fue el hundimiento.
Endurecido el fondo,
la irónica patada
me devolvió la superficie,
sin percibirlo,
un rayo iluminó mi alma,
mi rostro, mi corazón,
Solo desnudando
la más íntima
caricia de ausencias,
pude querer la vida,
no una vida,
mi vida... |