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Nadie como Lagarto Flaco le hacía honor a su nombre, pues el macehual había llegado a la edad adulta provisto de un pellejo casi escamoso que contenía el esqueleto embarrado de unos cuantos nervios y tendones.
Pero su aspecto no le importaba a Lagarto Flaco, quien desde hacía mucho se obsesionara con la búsqueda del Genio del Pulque “Cuatro Conejo” o Nahui Tochtli, revelado por los hombres de conocimiento mexicas a los pocos iniciados en los misterios del néctar cuyas pulsiones rigen con reciedumbre los dientones encabezados precisamente por el dios Cuatrocientos Conejos Centzontotochtin.
Lagarto Flaco aguardaba con paciencia junto a unos magueyes que vistos desde abajo parecían a punto de pinchar la bola de la Luna con las púas descomunales que usaban los penitentes en las festividades del señor desollado Xipe Totec.
Además cumplía el ritual de sorber el guaje de pulque bien atenazado por las piernas polvorientas rematadas en los huaraches que en lugar de pies parecían contener unos bulbillos tuberculosos.
Para ese instante apenas había pasado media semana desde que Lagarto Flaco recibiera “la revelación” de un anciano risueño sin dientes, quien le aclaró el sitio y la hora precisas para contactar “de una chingada vez” al genio incógnito que “le había puesto en su madre a uno de los patones pa’ meterse a las juerzas entre los conejos”.
Lagarto Flaco también sabía que la única forma de entablar un diálogo civilizado con Nahui Tochtli era bajo los efectos exultantes del licor fermentado en las tinajas de su choza, junto al lago que contenía en su mero ombligo a los mexicas recién llegados con todo y sus ídolos sanguinarios.
Lagarto Flaco torció el cuello hacia atrás y aguardó a que la Luna se incrustara en el cenit del cielo tenebroso. Luego entrecerró los ojos y aprovechó para sobarse la nuca bajando la cabeza con un movimiento pendular.
Levantó los párpados y suspendió un bostezo ominoso al descubrir a un conejo garraleto de ojos rotundos y blancos donde las pupilas orbitaban cual planetas. El animal movía el hocico leporino al hurgarse los enormes dientes amarillos. Estaba sentado y tenía las orejas desfallecidas sobre el lomo de vértebras agudas.
Para esos momentos Lagarto Flaco ya no era dueño de su voluntad, pues tomaba las riendas la parte irreverente de sí mismo que hacía de las suyas durante lo más soporífero de los sueños.
De manera que Lagarto Flaco peló sus dientes retorcidos y soltó como si nada: “Quiubo, conejo”.
Nahui Tochtli frunció el hocico, estremeció las vibrisas como hebras de puerco espín y se rascó las costillas con la pata que aplastara a una procesión de hormigas rojas. Al final soltó unos gruñidos que la mente del hombre tradujo como: “¿Qué hay hermanito? ¿Qué andas haciendo a estas pinches horas de la noche en estos cerros?”
Esa fue la dinámica de la amena conversación donde Lagarto Flaco se anduvo con merodeos antes de solicitarle tres deseos al Genio del Pulque, quien al escucharlo primero botó más los ojos de por sí desmedidos, y por último se revolcó en la tierra soltando unas carcajadas incontenibles.
Lagarto Flaco se desconcertó de la reacción de Nahui Tochtli, pero aguardó a que el genio recobrara la compostura para cumplir con sus deberes soslayados desde que usurpara el sitio de un conejo del pulque en tiempos de los Primeros Soles.
Nahui Tochtli terminó de reírse y adoptó una posición solícita para escuchar las peticiones de Lagarto Flaco, cuya mente moldeaba pensamientos como quien pretende hacer figuras con la baba del pulque.
Así fue como el genio se volvió a retorcer de la risa al escuchar los requerimientos absurdos de Lagarto Flaco, quien para esos instantes hacía esfuerzos denodados por mantenerse consciente…
Amaneció y Lagarto Flaco despertó acurrucado en su tilma, con el cuerpo recorrido por un frío mercenario. A lo lejos ya remaban las primeras canoas rumbo a la incipiente Tenochtitlan. Y junto a él se encontraban los únicos dones que formuló ante el avieso Nahui Tochtli: unos huaraches nuevos, un plato con frijoles y tortillas calientes embarradas de chile, y una nueva dotación de pulque absolutamente fermentado.
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Texto agregado el 27-10-2012, y leído por 638
visitantes. (9 votos)
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Lectores Opinan |
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30-10-2012 |
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Texto muy cuidado con rico vocabulario. Como rica es la petición que realiza el protagonista al Genio del Pulque. Yo le hubiera añadido una cochinita pibil, Per. Ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito. Saludos.
sespir |
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29-10-2012 |
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Excelente. Magia y viejas creencias bellísimamente escritas. Saludos. kone |
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28-10-2012 |
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Buena estampa de la magia del antiguo México.
Para mí su mérito está en los detalles,
narrados con deleite y a la vez exacta concisión. luciaelsol |
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28-10-2012 |
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Se me complicó un poquito situarme en el contexto de la narración, debo desconocer algunos mitos o propiamente la historia misma. Aún así, como está contado con gracia y astucia, se entendió y disfrutó. Saludos Dhingy |
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27-10-2012 |
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La humildad del tlachiquero lo lleva a research lo básico.
Bien narrada. Aún cuando la sitúas a la llegada de los invasores mexicas me parece tan actual. De niño en mi pueblo vi escenas como esa. La figura del escorpión con la baba determinaba calidad del pulque. umbrio |
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