Mi tía Ruperta esta preocupada; ha perdido su placidez de costumbre. Debe ser por esa fotografía con el cuerpo mutilado y la sierra eléctrica (¡cómo esta el mundo!) que encontró tirada en la sala. Me dice que seguramente uno de sus inquilinos la ha dejado caer, y yo me pongo a pensar en el circunspecto profesor, en el comerciante de seguros, siempre encorbatado, o en el comediante con sombrero rojo, y tras una sonrisa le digo: ¡tía, son normalitos, no matan una mosca!
Pero ella baja al sotanó gruñendo y me ordena cambiar las cerraduras. Ahora sabe que sus baúles han sido profanados, y ella odia a los curiosos.