Soy psicólogo clínico especialista en el ámbito del Derecho penal, por dos décadas dirigí el Programa de Post Grado en el área de Criminalística y Psicología forense penal de la Universidad Católica de mi ciudad; soy consultor de la Corte Superior y autor de por lo menos once textos de actualización en psicología forense, clínica y psicopatología. Nada de lo que hago es para figurar o por buscar notoriedad (de hecho, esquivo la fama por convicción y formación familiar), jamás se me ocurriría dañar a ser vivo alguno y sigo el camino de Ahimsa casi desde mis 21 años.
Tengo tres hijos en dos matrimonios, una vida acomodada y productiva; sepan que lo que significa escribir este relato puede poner en riesgo a muchas personas que amo y he protegido con amor y dedicación, sepan que había pensado no hacer pública esta información y que incluso llegué a lamentar el haberme involucrado con el último caso de mi vida profesional; podría callar, pero iría contra mis más básicos principios y en definitiva sería cobarde, traidor para con la especie y ajeno a los valores de mis antepasados.
Ejercí las veces de experto convocado por la defensa, en el caso de una próspera mujer de avanzada edad que dirigía una fábrica de jeans de alto perfil. Se le acusó a esta dama, de tráfico de personas al constatarse que dos subcontratistas de su línea de producción tenían encerradas en sendos galpones a decenas de mujeres condenadas a trabajar 14 horas al día; casi todas ellas eran personas sin papeles y procedentes del exterior, fue un escándalo con varias cadenas de noticias siguiendo el caso.
El tema era uno más de tantos hechos en que se sospecha tráfico de personas. El bufet de abogados que defendía a esta mujer, me contrató para inducir en el proceso la necesidad de realizar un estudio del perfil psicológico de la acusada, para constatar si coincide con el perfil de alguien capaz de traficar con personas. Eso es lo que hice y conseguí.
En resumen, durante el peritaje observé que la acusada era una mujer decente, trabajadora y emprendedora, que sin ayuda alguna, había logrado montar una línea de moda informal de prestigio y capacidad de exportar a decenas de países. No tuve que indagar demasiado para percibir que tenía cierto grado de responsabilidad en el escándalo de las “esclavas de los jeans” como lo llamaron los medios y con poco trabajo armé el rompecabezas: El amante de la dama se había convertido en el gerente de personal de su empresa, era el directo responsable de todo el problema, era violento, peligroso y nadie conocía su paradero a la fecha; ella, por afectos femeninos, se negaba a identificarlo como el principal implicado y eso hacía su situación legal más complicada.
Pude hacerle entender los riesgos procesales que enfrentaba y en unas cuantas horas, firmó una declaración en la que develaba los misterios de los galpones de esclavas: Su amante tenía tratos con una red de traficantes de migrantes: atraían mujeres jóvenes aptas para el trabajo, le pagaban pasajes y alojamiento por cuatro o cinco días, al cabo de los cuales les presentaban una factura exorbitante por pasajes y hotel con las que aterradas por problemas legales, las ataban a un proceso de esclavización que podía durar más de un año.
La empresa pagaba al intermediario por productos con tarifas vigentes, el intermediario nunca mostró intenciones de pagar a las trabajadoras y para colmo, con frecuencia las abusaba sexualmente. Hasta ahí mi asesorada confesó tener conocimiento y sentirse avergonzada y extorsionada por su pareja que nunca dudó de vejarla y amenazarla para lograr su complicidad.
Lo que hizo que reaccionase –pese a sus afectos ambiguos por su amante- fue el conjunto de evidencias que señalaban algo mucho más grave, como es el asesinato múltiple. Los investigadores descubrieron por una denuncia anónima, una fosa con restos de por lo menos dieciséis personas del sexo femenino en el terreno adyacente de uno de los galpones allanados.
El caso adquirió connotaciones espeluznantes al saberse que los cuerpos hallados están en su totalidad mutilados y con evidencias de desmembramientos. En ese momento me independicé del caso y me adscribí a mi papel de consultor de la Corte, para empezar un seguimiento privado de semejante crimen.
Semanas después de mi última entrevista, me enteré que enviada a prisión, la dama cuestionada se encontraba en terapia intensiva por un intento de suicidio. Fui a visitarla y la hallé totalmente demacrada y sin fuerzas; al verme, sonrió y me tomó de la mano, atrayéndome a sí.
Me dijo que estaba consciente que le quedaban pocas horas de vida, reconoció que se había equivocado demasiado, pero su mayor error fue –lo confesó entre lágrimas- enamorarse de un extraño, que una vez entablada la relación, se encargó de esclavizarla psicológicamente y ponerla en el camino de la perdición.
Me relató cómo es que días antes de la denuncia que llevaría a descubrir los galpones, ella había evidenciado algo peor que el demonio encarnado: de los miles de personas que a cada segundo se pierden alrededor del globo, extrayendo a quienes huyen de maltrato o situaciones económicas marginales, a quienes se fugan intencionalmente, quienes se suicidan en anonimato y quienes sufren accidentes no revelados, muchísimos son raptados para prostituirlos, otros muchos son asesinados para extraérseles sus órganos y los que es aun mucho más espeluznante, según mi agonizante fuente, a muchos más de los que se tiene idea, una especie de seres con apariencia humana “se los están comiendo”.
Mi piel se erizó, habiendo conocido a mi interlocutora, dudaba de un delirio psicótico repentino, inquirí al respecto y escuché de sus agónicos labios como era que descubrió por azar evidencias que la indujeron al suicidio: había sido parte de una cadena de acontecimientos que aparte de generar ganancias sustanciosas a su línea de vestir, había alimentado prostíbulos y lo que era inaceptable, dado de comer a una red de seres que desde hace más de cincuenta años, con aparente aquiescencia de los gobiernos más poderosos del planeta, se alimenta de Homo Sapiens.
Lo que hice desde esa confesión me hundió totalmente en una vorágine de terror que una vez publicado mi libro sobre la red de caníbales que depreda la tierra, solo acelerará mi desaparición. Pero no es lógico que los gobiernos se preocupen de la coca y la marihuana, de la amapola y el contrabando de cigarrillos, mientras cada segundo que pasa, cientos de niños, jóvenes y adultos son declarados desaparecidos y jamás se los vuelve a encontrar.
Existe tal cantidad de datos sobre personas desaparecidas, que incluso la UNODC (Organización de la UN contra la droga y el crimen) empieza a hacerse eco de una denuncia aterradora: ¿Cómo es que solo en USA es tan pasmoso el número de personas desaparecidas registradas ?
Los datos que logré reunir no son rebatibles, por cuanto estadísticas mundiales sobre desaparecidos los respaldan y los indicios referidos a trata de blancas, prostitución forzada, mercado de órganos humanos y comercio de biocomponentes de origen humano siendo espantosos, no cubren las cifras inexplicables ni las pruebas que logré reunir en mi probablemente último libro de investigación criminal.
Hice lo posible para mantener alejados a mis seres queridos de las consecuencias de mis denuncias de horror y espanto, se que los engendros que depredan a la especie humana son muy inteligentes y poseen ingentes recursos materiales y tecnológicos; sé que tengo orden de ejecución, pero como lo dije líneas arriba, era callar y despreciarme o denunciar y exponerme.
Elegí lo segundo y financié la edición de 15.000 ejemplares de mi denuncia documentada. Desde el día del lanzamiento, no duermo nunca en un mismo lugar más de una noche, el gerente de la editorial y su esposa han sido declarados desaparecidos, así como una de las correctoras que accedió al libro, no soy diestro en el manejo de armas, pero tuve que adquirir una Luger de bolsillo de 9 mm. Son ilegales en manos de civiles, pero estoy dispuesto a enfrentar la justicia humana; no pienso ser una presa fácil para los engendros que en corbata, blue jeans u overoles pasan desapercibidos depredando a nuestra especie, que hasta hace poco, ciega, llegó a creer que era la más perversa de la creación.
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