Mi madre despotrica frente a la tele. No soporta ver a Patricia Maldonado, una mujer que en sus tiempos fue cantante y que ahora es panelista de un programa matinal. Dicha mujer se tiñe sus cabellos de un color entre azul y morado que le brinda una apariencia distinta, nada más que eso. Es gorda y tiene un vozarrón que ya me lo quisiera yo para llamar al orden. Del mismo modo, no soporta a Pamela Díaz, una modelo controversial que actualmente se encuentra participando en un reality, en donde asume aires de diva-gangster-amante, todas esas facetas a intervalos, dependiendo de las circunstancias.
-Yegua de porquería nomás, ¿Por qué no se preocupa mejor de criar a sus hijos?- refunfuña mi vieja, mientras yo, para asorocharla, le expreso mi descontento por “sus palabras soeces”. Le comento: -No se dice yegua, ahora está de moda decir yegüis (como lo he comprobado en el trato que se brindan las amigas en Facebook).

El hecho es que ella ve mucha televisión, ya sean telenovelas, programas de baile, noticieros y demases. No ve programas en que se hable de aparecidos, cómicos, fenómenos astronómicos ni películas de terror. Es decir, es bien pragmática para sus cosas y sobretodo, que le tiene un miedo feroz a la muerte. Quizás si yo tengo la fortuna de rondar su edad más adelante, ya muy cercana a los noventa, sufriré las mismas aprensiones, pero eso ya entra en el terreno de las especulaciones.

Esta tarde, poco antes de partir al trabajo, ella despotricaba por algo o alguien y yo le dije que si lo quisiera, también podría tener su propio canal de televisión, ya que las nuevas plataformas tecnológicas así lo permiten. Agitó sus manos en el aire, queriendo indicar que yo hablaba puras tonteras. Entonces, le expliqué que hoy por hoy, basta tener una cámara de video, un mínimo set, que puede levantarse en el mismo lugar en donde se acomoda a leer el diario y luego, una página que se envía al ciber espacio para que pueda ser vista por miles de millones de personas. Hizo un mohín, recalcando la opinión de que yo había perdido la chaveta. Eso, hasta que le expliqué que si su programa tenía éxito, podrían aparecer importantes auspiciadores, que le proporcionarían cuantiosas cantidades de dinero.
-¡Eso me gustó!- exclamó con el entusiasmo brillándole en sus ojos.

Salí, pensando que había sembrado el germen de la codicia en la cabeza de mi viejita y no me extrañaría nada que cuando la vuelva a ver, la note distinta, acaso haya cotizado entre tanto el precio de una cámara de video, de unos paneles coloreados y del costo de una página web. En este mundo moderno, todo es posible…