Apenas él le acercaba los labios, a ella se le aceleraba el corazón y caían en suspiros, en salvajes sensaciones, en caricias exasperantes. Cada vez que él procuraba pronunciar las palabras, se enredaba en un dilema quejumbroso y tenía que girarse de cara a la pared, sintiendo cómo poco a poco las palabras se acumulaban, se iban fusionando, agrandando, hasta quedar tendidos como el ave de rapiña al que se le han dejado caer unas plumas caudales. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se mordía los labios, consintiendo en que él aproximara los suyos. Apenas se entreplumaban, algo como una voz los atormentaba, los culpaba y condenaba, de pronto era el remordimiento, lo frío y estremecedor de la pasión, el escalofriante rostro de la atracción, el peligroso encuentro del deseo, los latidos del instinto en un catastrófico momento. ¡No! ¡No! Extasiados en la cresta de la traición, se sentían flotar, inmóviles y silenciosos. Temblaba la mente, se vencían las fuerzas y todo concluía en una profunda dicha, en estelas de perversas sonrisas, en roces casi crueles que los encaminaban hasta el límite de las artimañas.



13-11-11