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Había sido un día caluroso, pero a esas horas la noche reinaba solemne sobre las iluminadas calles de Perks Town. Ya nadie caminaba por las aceras y de la mayoría de las ventanas emanaban luces de diferentes tonos que daban al pueblo un ambiente acogedor.

Bajo la fuente del gran león, una pareja manifestaba su amor con besos y caricias intentando buscar su intimidad entre las sombras del parque, y lo habrían conseguido de no ser porque, no muy lejos de ellos, estaban sentados los hermanos Hobbs, dando gritos y alborotando el silencio como de costumbre. Se reían a carcajadas mientras recordaban los detalles de su última travesura; cómo le habían metido aquellos petardos a la señora Tisdale en el bolso.

— Menuda cara puso cuando empezaron a explotar—dijo Jason mientras se reía y jactaba de su hazaña. Jason era el mayor de los dos. Tenía doce años, aunque su apariencia de bruto le hacía parecer un par de años mayor.

— Lo mejor fue cuando soltó el bolso y abrazó al panadero —agregó Liam antes de soltar una carcajada. El pequeño de los hermanos tenía nueve años y seguía a su hermano mayor a dónde quisiera que fuera. A pesar de que, en ocasiones, tuvieran las típicas reyertas entre hermanos, lo cierto es que Liam idolatraba a Jason. Le gustaba la manera en que se metían en líos y esa sensación de adrenalina quemada que sentía cuando él y su hermano tenían que escabullirse sin opción a que les atraparan.

Los hermanos Hobbs no eran demasiado queridos entre los vecinos de Perks Town, para ellos cualquier momento era bueno para corretear chillando por las calles, hacer travesuras, o robar una manzana en la frutería del señor Fellon. Incluso en el colegio, el resto de los niños procuraban no acercarse demasiado a ellos porque, según el día que tuvieran los hermanos, lo mismo acababan colgados de un árbol por los pantalones o, peor aún, con un ojo morado.

— Bueno, ¿vamos a casa, enano? —preguntó Jason cuando terminaron de reírse de sus propias tonterías—. Mamá se pondrá furiosa si llegamos tarde.

Liam asintió con la cabeza y los dos se pusieron en pie de un salto. Caminaron por las silenciosas calles mientras bromeaban empujándose el uno al otro.

Cuando ya casi estaban en la puerta de casa, vieron que por la misma acera se acercaba hacia ellos Bernie Flint. Era regordete y bajito, y el chico más raro del colegio. Siempre estaba solo y era objeto de todo tipo de insultos y golpes, en los que Jason y Liam participaban con mucho gusto.

— ¿Qué haces por la calle a estas horas, Flint? —preguntó Jason con autoridad. Bernie le miró con ojos asustadizos y se paró en seco. Tenía la cara pálida.

— No os vais a creer lo que he visto —dijo Bernie con un tono de suspense en la voz—. Acabo de pasar por la casa de los Folley y he visto una luz en una de las ventanas.

La casa de los Folley era una vieja mansión abandonada que estaba en la parte norte de Perks Town. Algunas lenguas ingenuas decían que los Folley se fueron a vivir a otra parte porque la casa estaba habitada por fantasmas. Otros decían que fueron asesinados y sus cuerpos desaparecieron misteriosamente. A pesar de su corta edad, Jason y Liam nunca creyeron en ninguna de esas historias.

— No digas bobadas, no hay nadie en la casa de los Folley —dijo Liam—. No empieces con esas tonterías de fantasmas.

— Os digo la verdad —refunfuñó Bernie ofendido—. Si tan valientes sois, ¿por qué no vamos mañana por la noche y lo veis? —Los hermanos se miraron el uno al otro con un brillo en los ojos ante aquel siniestro reto y volvieron a posar la mirada en Flint.

— ¿Y tú vienes con nosotros, valiente? —preguntó Jason soltando una carcajada. Liam se rió también.

— Yo os lo enseño y me marcho de allí inmediatamente. No me gusta nada esa vieja casa. Me da escalofríos —contestó Bernie, que aún estaba pálido.

— Eres un cagón, Flint —dijo Jason, y con un movimiento fluido, le dio una colleja al rollizo chico—. Quedamos aquí mañana a las nueve de la noche. Y como sea mentira lo que dices, te vas a enterar —amenazó alzando el puño. Bernie se llevó la mano a la nuca y asintió en silencio.

A la noche siguiente, Bernie ya estaba en el lugar de reunión cuando los hermanos llegaron, seguramente por miedo a que le dieran otra colleja por llegar tarde.

La casa de los Folley no estaba muy lejos de allí, pero a pesar de ello, a Bernie le dio tiempo a recibir un par de golpes de Jason por hablar cuando no debía. Cuando llegaron a la vieja casa, los tres se quedaron perplejos delante de la puerta. Una de las ventanas del segundo piso estaba iluminada con una luz tenue y titilante, pero no se veía a nadie en el interior.

— Yo… yo me largo —tartamudeó Bernie con una voz que parecía que se fuera a mear en los pantalones.

— No seas cobarde, Flint —le espetó Liam mientras le agarraba por la camiseta para evitar que saliera corriendo—. Tú te quedas aquí con nosotros.

— Vamos dentro —dijo Jason cuando comenzaba a escalar por la puerta de barrotes oxidados. Liam lo siguió sin dudarlo con una sonrisa en los labios.

— ¿Tú estás loco? —preguntó Bernie, que parecía que se le iba a salir el corazón del pecho— Yo no entró ahí ni por todo el oro del mundo.

— Haz lo que quieras, pero te acabas de ganar otra colleja en cuanto salgamos de aquí —dijo Jason desde el otro lado de la puerta, apretando los dientes para dar buena cuenta de su enfado.

Los dos hermanos cruzaron el jardín de la casa, del que ya solo quedaban flores marchitas y malas hierbas, sin quitar el ojo de encima a la misteriosa luz de la ventana del segundo piso. Llegaron al gran porche y Liam se sobresaltó cuando su hermano hizo crujir uno de los escalones de madera que con el paso de los años parecían haber sido pasto de las termitas. Todo estaba muy oscuro y, aunque no creían en las historias que contaba la gente, Jason y Liam comenzaban a tener un poco más de respeto a aquel lugar.

Abrieron la cochambrosa puerta de la entrada que lanzó un pequeño chirrido espeluznante y un escalofrío recorrió el cuerpo de Liam de arriba abajo.

— Jason, quizá no deberíamos estar aquí —susurró Liam cuando entraba detrás de su hermano al vestíbulo de la casa—. Empiezo a creer que deberíamos dejar de jugar con este lugar.

— ¿Tú también? No seas como el estúpido de Flint —dijo Jason mirando a su hermano con una voz que inspiraba una confianza infinita—. Los fantasmas no existen y vamos a demostrar que todo lo que dicen sobre esta casa son tonterías.

Liam, que ya empezaba a ser presa del pánico, se agarró a la cintura de su hermano y se quedó pegado a su espalda.

El vestíbulo de la casa estaba casi a oscuras. La tenue luz de la luna entraba por los cristales rotos de una ventana y alumbraba el pie de unas escaleras que llevaban al piso de arriba. Al lado de las escaleras había un largo y oscuro pasillo que no se vislumbraba a dónde conducía.

Con cuidado, Jason comenzó a caminar hacia las escaleras con su hermano pegado a la espalda mientras los tablones de madera ennegrecida crujían bajo sus pies. En lo alto de las escaleras se divisaba la luz titilante del segundo piso. Antes de que Jason pisara el primer escalón, un ruido sordo sonó en el piso de arriba. Los dos hermanos se sobresaltaron y Jason sintió como su hermano se aferraba con más fuerza a su cintura.

— Jason, por favor, vámonos —suplicó Liam en susurros con unas lágrimas que amenazaban con inundar sus ojos. Jason, que no despegaba la mirada de la parte superior de las escaleras, hizo caso omiso de las súplicas de su hermano y comenzó a subir las escaleras. Subieron las escaleras despacio y tratando de evitar el crujir de la madera podrida bajo sus pies para no hacer ruido.

El miedo comenzó a apoderarse de Jason cuando llegó al segundo piso. Delante de ellos se imponía un largo pasillo flanqueado por paredes agrietadas y puertas devastadas por la humedad y el paso de los años. Todas las puertas estaban cerradas, excepto una. De ella asomaba una luz tenue que alumbraba todo el haz de la puerta y se derramaba por el suelo del pasillo. Jason notaba la cara de su hermano pegada en su espalda y el temblor de sus manos en su vientre. Con el miedo rasgando su pecho, empezó a caminar hacia la puerta con pasos firmes y silenciosos. Dio dos pasos y se quedó helado cuando un silbido resonó en la habitación de la que provenía la luz, se quedó quieto intentando decidir si debería continuar. Liam se soltó inmediatamente de la cintura de su hermano.

— Esto es demasiado, Jason. Vámonos de una vez —susurró Liam con los ojos rojos por las lágrimas.

— Estamos muy cerca, Liam. Vamos a ver que hay ahí —contestó Jason.

Se armaron de todo el valor que fueron capaces y caminaron hasta el umbral de la puerta mientras aquel silbido seguía resonando, haciendo temblar a los muchachos. Justo antes de asomarse a la puerta con cauto sigilo, el silbido cesó de repente. En la habitación había velas prendidas por todos lados.
Entraron lentamente, y en el centro del suelo de la habitación vieron que había un símbolo circular pintado con algo que Jason habría jurado que era sangre. El símbolo estaba rodeado por un círculo de velas prendidas. Al otro lado del círculo, frente a ellos, se alzaba majestuosa una estatua de un voraz oso pardo con las patas delanteras en alto y la boca abierta.

Cuando Jason miró a su derecha, lo comprendió. La ventana de la habitación estaba semiabierta y zarandeándose por la presión del viento.

— Que tontos somos, enano —dijo dibujando una sonrisa—. El silbido que hemos oído no era más que el viento que entraba por la ventana —. Miró a su alrededor y vio una pequeña estatuilla de un duende volteada en el suelo al lado de un viejo aparador— Y el golpe que nos asustó fue esa estúpida estatuilla, que se habrá caído por la corriente de aire.

— ¿Y todas estas velas? —preguntó Liam señalando al suelo— ¿Quién las ha puesto aquí? ¿Y qué es ese círculo del suelo?

Jason se encogió de hombros. Los dos hermanos se agacharon para examinar el misterioso símbolo más de cerca. Una sombra se cernió sobre ellos y sobre la luz de las velas. Miraron hacia arriba y vieron como dos grandes zarpas se acercaban. El oso pardo se movía hacia ellos gruñendo salvajemente con la boca abierta y las zarpas en alto. Los hermanos Hobbs se miraron perplejos durante medio segundo y soltaron un grito al unísono. Salieron corriendo de la habitación, escaleras abajo, sin ni siquiera mirar atrás mientras oían las pisadas del gigantesco oso a sus espaldas. Salieron al jardín, saltaron la valla y corrieron calle abajo lo más rápido que les permitieron sus piernas.

En el porche de la vieja casa de los Folley, un muchacho regordete y bajito se reía a carcajadas con una máscara de oso debajo del brazo. Bernie Flint se mantuvo allí varios minutos, matando el silencio de la calle con sus risotadas mientras saboreaba el momento.

Por fin había logrado su venganza.

Texto agregado el 23-10-2012, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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