Era tu piel tan morena,
tan fina,
que transparentaba el deseo de ser amada.

En aquel momento abarcabas
con las manos desnudas
- como el alma -
todas las sensaciones,
abotonándomelas en el cuerpo;

Como si ya me hubieras pertenecido siempre.
Como si ya hubiéramos sido antes nuestros.

Era tu beso tan inocente y tan ingenuo
que el primero fue pecado, y el último
un tormento.
Ni un rayo habría prendido más luz
cuando tus labios me besaron
y se detuvo el tiempo;

El instante valió una vida
y en la despedida, sin ti,
nació la muerte de mis besos.

¡Eras tan de mí
y ahora, tan lejana!

Se hicieron desde entonces
atemporales silencios
entre nuestros nombres conjugados;

En cada línea, de cada letra que nos separa,
se hizo un universo condenado
a no existir
- condenando a escribir sin verso -
al vivir nosotros en un mundo
de infinito paralelo.

Era tu adiós tan doloroso…
Y tan certero.