Lluvia…la triste lluvia de enero que parecía presagiar algo… pero la lluvia le traía una extraña calma, entremezclada con resignación. En la cocina de la pequeña choza aldeana, justo al lado de la ventana, Karla pelaba los vegetales escuálidos, quemados por el invierno europeo, para echarlos al agua y simular una sopa. Miraba la aldea, completamente mojada, lo cual acentuaba la pobreza del lugar, contrastada con los hermosos alrededores del castillo, en la punta de la colina. El ambiente, aunque lúgubre, estaba cargado de emociones encontradas. En la habitación continua, sus pequeños, Özil y Franz dormían inocentes, sin siquiera pensar en lo que sucedería…
Inocentes. Eso era lo que más le dolía. Ese error podría haber sido completamente evitable, y habría salvado el futuro de sus pequeños… Pero no. La carne es débil, y ella terminó perdiendo su poca honra de viuda pobre con aquel forastero. Tal vez los pequeños no merecían una madre sucia como ella, tal vez sería mejor así, encontrarían una mejor familia que les diera de comer y los instruyera en la religión…y en esta confusión de pensamientos, intentaba calmar su angustia. Sentía la pena atorada en su garganta, cortando ahí cualquier emoción, y fingiendo una sonrisa cálida en el rostro, acudió a abrir la puerta.
Lo que vino después fueron golpes, sangre, confusión. Los inquisidores, sin piedad alguna, abusaron de ella frente a sus hijos, quienes aterrados y no menos confundidos, fueron degollados y escondidos en el bosque. Ya nada más importaba. Karla estaba muerta por dentro, y sin más voz, se la llevaron al castillo.
Dentro del calabozo, recostada boca abajo con las manos amarradas a su espalda, la pobre mujer sufría con cada salto, cada imperfección del camino. El trote de los caballos lo hacía aún más doloroso, y dentro de poco se desmayó. Tuvo visiones de los pequeños, cuando el mayor, Franz, corría por el otoñal bosque, persiguiendo cualquier insecto, mientras Özil gozaba de la leche materna y el sol dorado que iluminaba a su madre. Karla lo habría dado todo por morir en ese mismo instante y quedarse en ese sueño perpetuo, pero aún quedaba mucho… Dos días que se convertirían en años de pena, de esa angustia incorregible. Y al esfumarse el efímero sol, despertó con el sabor a sangre y sudor que le secaba la boca. Frente a ella, el Cardenal, incorregible, la contemplaba con expresión cruel, la misma de su padre cuando la golpeaba.
-Hija de Satanás, ¿acaso no pensaste en tus hijos?
-Agua…por favor.
-¿Y crees que tienes el derecho a pedir agua? Veremos si la Doncella corrige y purga tu alma impura.
Luego rezó en latín, y se fue sin mostrar una pizca de emoción.
Tras de él, los inquisidores comenzaron con su trabajo. Quitaron las oxidadas cadenas de sus muñecas y tobillos, para ponerle otras aún más pesadas, y a empujones, la hicieron atravesar largos pasillos cargados de penas parecidas a la suya. El suelo de piedra ocultaba gotas de sangre seca de miles de ejecutados, y al final del pasadizo se encontraba la Doncella, lista para albergar otra más.
La hicieron entrar a la pesada construcción de hierro, forrada por dentro con puntas gigantescas, capaces de atravesar hasta a un toro. La acomodaron ahí, sorprendidos por la resignación de Karla, quien despreocupada del entorno, intentaba volver al bosque a amamantar a Özil. Entre varios inquisidores, todos vestidos con capuchas negras, cerraron primero la puerta izquierda, mientras algún espectador rezaba en voz alta
- Sancta Dei Genetrix. Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus…
Y sólo al cerrar la segunda puerta, y quedar la Doncella cerrada, Karla sintió lo que sucedía en ella. Durante 2 días y 2 noches sintió aquellas púas adentrarse en su desnutrido cuerpo, provocando un dolor espantoso que la hacía aullar desesperada. Sólo su corazón y su cabeza se vieron libres de estas espinas, lo que alargó su agonía supuestamente justa. En esos dos días Karla experimentó el infierno en vida, dolor corporal sumado a la pérdida de sus hijos, la culpa, la desesperación de no poder mitigar con nada ese dolor, hasta desembocar en delirios espantosos que la llevaron a la muerte, la ansiada muerte…
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