Cuento ganador del Reto "Pon cuento al poema"
Inspirado en el poema "La calle" de Octavio Paz
La Calle
Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.
Matilde
A Matilde le gustaba el barrio, su nuevo apartamento era luminoso y amplio, y por sobre todo, no estaba lejos de la tienda, le bastaba caminar tres cuadras y atravesar el puente para llegar a la Plaza Retruécanos en donde podía tomar uno de los tantos buses que la llevaban hasta su trabajo en poco más diez minutos.
Le gustaba salir de su casa en la mañana y caminar por esas calles de casas antiguas en donde se veía una que otra persona yendo a comprar el pan o barriendo delante de su puerta; una vez cruzado el puente se sentía como aterrizando en otro mundo, la barahúnda del tráfico que giraba incesante alrededor de la enorme plaza parecía aturdirla.
Por las tardes, al regresar de su trabajo, desde que cruzaba el puente se sentía más liviana, como si hubiese llegado a un remanso de paz, partía caminando por Amapolas, luego bifurcaba por Ramales y al doblar la esquina hacia su casa la sorprendían los trinos que le llegaban desde las ramas de los árboles.
Al llegar el otoño notó cambios en el tránsito vial, era evidente que al cruzar el puente había menos gente en la calle. La incomodidad era mayor en invierno, le alteraba los nervios que oscureciera temprano, y la asaltaba una vaga inquietud al tener que caminar por esas mismas calles desiertas y apenas alumbradas por antiguos faroles de fierro forjado.
La primera vez que escuchó el sonido de unos pasos detrás de ella -calculó mentalmente unos cien metros-, pensó que seguramente se trataba de alguien que como ella volvía tarde a su casa, y al imaginarse que ese desconocido -estaba casi segura de que se trataba de un hombre- pudiese alcanzarla, apuró el paso para adelantarse. El desconocido hizo lo mismo, lo que desconcertó a la muchacha que trató de calmarse pensando que su imaginación le jugaba una mala pasada, y se detuvo un momento fingiendo sacar un pañuelo; como los pasos también se detuvieron, Matilde empezó a sentir miedo y decidió caminar lo más rápido que podía, los pasos tras ella también aceleraron su cadencia, y al doblar la esquina de la calle Confucius, su calle, la muchacha corrió hasta llegar a la puerta de entrada del edificio y subió a su apartamento. Bebió un vaso de agua y algo más calmada se asomó a la ventana y le sorprendió ver una silueta que corría por la calle semioscura. Empezó entonces a tratar de hilvanar conjeturas que pudieran explicar lo sucedido. Sea como sea, se dijo, a partir de hoy, voy a volver inmediatamente desde que termine mi turno en el trabajo.
La segunda vez que escuchó los pasos, siempre a unos cien metros detrás, pensó en echarse a correr, pero sintiéndose algo ridícula, se contuvo y trató solamente de apurar el paso, luego se detuvo y como la vez anterior, los pasos se detuvieron. Entonces empezó a caminar cada vez más rápido y al doblar la esquina echó a correr a todo lo que daba, pero al acercarse a su edificio, vió encendida la luz de su propia ventana desde donde una persona la seguía con la mirada, y pudo descubrir con horror que se trataba de ella misma. Llena de pánico siguió corriendo, giró a la derecha, volvió a girar y se encontró nuevamente en Amapolas. Unos cien metros delante de ella caminaba una muchacha, Matilde trató de calmarse y acomodó sus pasos a los de ella, cuando la muchacha se apuraba, ella también se apuraba, cuando se detenía, ella hacía lo mismo. Llegó un momento en que la desconocida empezó a correr, y Matilde, sintiéndose desamparada, corrió tras ella, tenía que alcanzarla, no quería quedarse sola en esas calles tan oscuras, al doblar la esquina la muchacha había desaparecido, seguramente ya había entrado a alguna de las casas de la cuadra, y casi muerta de pánico siguió corriendo. Matilde desde su ventana del tercer piso, la vio perderse en la noche.
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