Hoy la encontré…
Jamás creí que la volvería a ver. Pero allí estaba, sentada en una mesa de la Richmond, en la calle Florida. Estaba con una jovencita de unos veinte años. Seguramente era su hija, por el enorme parecido. Me pareció verla a ella, a Susana, hace treinta años.
No me reconociste, porque pasaste tu mirada distraída a través mío. Me dolió tu mirada azul, indiferente. Esos ojos maravillosos que conocí en todos sus matices.
Muchas veces llenos de amor, de ternura, de pasión y otras con temor, como la última vez que nos vimos, que recuerdo sin rencor, cuando los milicos me sacaban, arrastrándome de los pelos, mientras llorabas silenciosamente, con el miedo hospedándose en tus ojos todavía.
Recuerdo que un milico te dio un cachetazo y caíste al piso, donde otro salvaje te pateó en la cadera, mientras te exigían que callaras o también serías boleta.
No sé si viste a través de tus lágrimas que te tiré un beso con mis labios destrozados. Eso era el perdón. Te perdoné enseguida, porque imaginé lo que te habían hecho para obtener la información.
Estás viva, como yo lo estoy. Nos salvamos. No importa cómo. Tienes una hija, pareces feliz como yo, aunque a veces no podamos dormir con ese dolor insoportable de las ilusiones perdidas, de lo que dejamos atrás y sobre todo de los que quedaron atrás.
Prefiero no hablarte. Debes pensar que estoy muerto.
Hoy es el Día de la Mujer. No te lo puedo arruinar. Además tienes una hija y quizás no sepa nada.
Adiós Susana. Durante años pensé en ti y lo seguiré haciendo, esta vez con alegría. Eres feliz y algún día, quizás yo también lo sea.
Buenos Aires, 8 de Marzo 2006. Para Susana T. S.
|