Se arreglo rápido como de costumbre, pero a pesar de ello, estaba retrasada. Escogió los tacones más altos, que estilizaban aun más su figura delgada. La noche prometía y la voz del teléfono la había cautivado. Ansiaba conocer aquel hombre misterioso que a diferencia de otras veces, la había intrigado y de alguna forma, la hacía soñar, tal vez, en una nueva oportunidad para salir de ese infierno. Era media noche y todas las calles a esta hora se veían iguales, mientras el reloj de la plaza daba sus campanadas. Pensó: no he tardado tanto, solo diez minutos, mejor espero un poco más, y se recostó en uno de los pilares del bulevar donde se habían citado. Encendió un cigarrillo y aquella voz seguía en sus pensamientos. Sintió que la noche y la soledad la abrumaban con el pasar de las horas y pensó que allí no conseguiría otros clientes. Bajó las calles hasta una esquina donde a lo lejos unos faros la encandilaron. El carro se detuvo frente a ella, entra dijo la voz, y de inmediato la reconoció. Un hombre de apariencia madura, con lentes oscuros y sin mediar palabras, comenzó a tocar su piel enérgicamente. Los cuerpos exaltados sin necesidad de otro tipo de comunicación se fusionaron hasta el momento en que súbitamente el hombre le colocó una venda en los ojos, ella solo disfrutaba del juego. Tomó sus muñecas y se las ató a la espalda. Asustada y consiente de no poder manejar la situación, trató de zafarse inútilmente. Aquella voz, ahora ruda y demandante, rasgó sus vestiduras y la golpeó. Sintió que el carro se detuvo y la sacó a rastras por el cabello, allí otras voces la esperaban. Entre risas, improperios y vejámenes, aquella mujer pálida, sin fuerzas ni aliento, recibió el peso de la bajeza humana, mientras podía saborear la hierba húmeda en su boca.
Las primeras pinceladas del alba, se reflejaron en la soledad de un delito sin nombre y sin dueño.