A estas horas de la noche, la barra del bar no es más que una pista cubierta de charcos de licor y vino seco. Sólo quedamos cuatro individuos sentados amenazantes sobre ella, y yo ahogo mis penas en silencio con el único objetivo de escapar de estos lúgubres recuerdos que me atormentan. Me gustaría poder decir que se pasará pronto y que no volveré a sentir el resquebrajar de mi cordura, pero no puedo, no puedo porque sé que tendré que soportar esta carga el resto de mis días.
Pasó las noches aquí sentado, junto a individuos que parecen no haber corrido mejor suerte que yo en la vida, hasta que me miró las manos y me digo a mí mismo que éste no es lugar para mí, que no es lugar para olvidar. Todas las noches igual, y siempre acabó levantándome del mugriento taburete totalmente ebrio, intentando buscar a duras penas la salida de este tugurio de mala muerte.
Salgo de la taberna y la primera ráfaga de viento arrastra su voz calle abajo, hacia la oscuridad de la noche. Mis ebrios pensamientos se activan, y me presionan la conciencia hasta obligarme a recordar. Rompo a llorar porque no hay nada más que pueda hacer. Mi corazón se anega de lágrimas dolorosas que me traen el recuerdo de Ella, y del olor a chapa humeante y neumático quemado. Mi mente se transporta al instante que revivo noche tras noche; cuando mi vida se desmoronó en aquel accidente de coche.
Camino calle abajo en la silenciosa oscuridad de la noche creyendo saber a dónde me dirijo mientras voy dando bandazos de un lado a otro. Una ráfaga de viento choca contra mi nuca y me susurra algo dulcemente al oído. Es Ella. No. Me doy la vuelta pero ahí no hay nada, solo oscuridad. Sigo mi camino errante y un atisbo de lucidez me hace pensar que ya he pasado por este lugar, pero eso ahora me da igual, solo quiero llegar a casa y contarle a mi almohada que la echo de menos una noche más.
Algo detrás de mí acaricia mi mejilla. Es Ella. No. Me doy la vuelta pero ahí no hay nada. Me asusto y corro. Corro por las calles oscuras hasta que un adoquín frena mi carrera y me hace caer al suelo. Aquí tendido, con los dientes ensangrentados, una vez más rompo a llorar, porque me doy cuenta de que mi mayor tortura no es el recuerdo, sino la muerte que me persigue para dejarme vivir. |