Dejo constar…
Si hay algo a lo que he aspirado toda mi vida es a ser invisible. Reconozco que siempre he sido de pocas aspiraciones; tanto es así que en este momento no logro recordar otra añoranza que la de ser un “no-ser”.
Comencé a soñar con la invisibilidad desde pequeño, cuando me di cuenta que de alguna manera despertaba el interés de los demás. Desde entonces las personas han tenido la molesta costumbre de mirarme aunque sólo fuera por el simple hecho de estar allí. Si bien no creo que hubiera nada notable en mi cuerpo o en mi postura, no pude evitar todos estos años que alguien, en un momento cualquiera, dirigiera su vista hacia mí, me interrogara por un instante con los ojos -y hasta por un tiempo más que prudente- e indujera una distinción individual que me saca de quicio.
Pero alcanzar el arte de la insustancialidad no es tarea fácil. Lo intenté casi todo. Por causa de la Física, la luz choca con un cuerpo, se refracta o refleja y regresa llevando la información a cuantos quieran captar esos charlatanes fotones. No importa cuan sutil o sedosa sea la superficie dada, la fineza extrema de la radiación es capaz de encontrarla. Si lo sabré yo que estudié el caso a fondo. Si a ello le sumamos la curiosidad de las personas, con su voyeurismo insaciable, se convierte en un afán verdaderamente titánico. Siempre tuve el mayor de los incentivos para consagrarme a hallar la manera de evadir la general indiscreción.
Recuerdo que en la niñez me quedaba totalmente callado para no llamar la atención, pero esto al cabo provocaba todo lo contrario, haciéndome conspicuo por lacónico. Probé entonces a plantar un rostro lo más neutro posible y esto pareció dar resultado al principio, pero tarde o temprano alguna mirada tropezaba con él, se sorprendía por mi expresión ausente y terminaba por dirigirse a mi -¿por qué precisamente a mi?- para conminarme a participar. De más está decir que el resto del grupo me miraba por varios interminables segundos. Esas tempranas y terribles experiencias me indicaron que el camino debía ser mucho más radical.
Durante años me dediqué a perfeccionar la forma de hacerme diáfano, diluirme en la multitud sin siquiera pertenecer a ella. Descubrí que si quieres ser nadie, la mejor manera es ser todos. Por eso acometí el encargo imperioso de ser la encarnación del average, el más chato perfil del horizonte humano. Los fracasos periódicos me sirvieron para corregir poco a poco mis tentativas. Hasta hoy. Por fin he conseguido mi propósito tras tanto tiempo de esfuerzos inservibles.
Supe que lo había logrado esta mañana al dirigirme al trabajo. Con satisfacción comprobé que nadie reparaba en mí. Rodeado por el gentío en la parada y dentro del ómnibus, constaté mi inapariencia cuando las miradas me atravesaban, perdidas en la distancia más allá de mi cuerpo, cuando las piernas se sorprendían de topar un obstáculo que no podían ver, los brazos ajenos me golpeaban, indiferentes. Nadie de los que pasaron por mi lado en la acera o en la oficina hizo la más exigua señal de haber notado mi presencia. Pero la victoria se sintió total cuando el jefe preguntó a la secretaria por un encargo que yo debía entregarle y esta se encogió de hombros a pesar de que yo estaba a escasos dos metros de ambos. Si no fuera porque va contra el procedimiento hubiera tenido en ese momento una enorme sonrisa de delectación.
Fui hasta la computadora y escribí este documento. Él es la última prueba de mi existencia. Cuando el punto final sea colocado, dejaré ya para siempre, de constar… .