Ella estaba esperando una nueva vida, su destino parecía abrirse como un abanico de múltiples retoños. La vida correría con ella, jugaría, soñaría, irían juntas para disfrutarla. Ella hacía muchos años que meditaba con tener esa porción de alegría, siempre pensó ser recompensada por los días del ayer de muchos sinsabores. Hoy, quizás podía tomar un sorbo de ese vino dulce.
Días y días junto a sus noches de espantos, se repetía que así no debería ser, no lo merecía, pero últimamente no podía explicar ese sentir destructivo que se acrecentaba en su interior, dormía mal, vivía desordenadamente, no podía conciliar el sueño con facilidad, cometía muchísimos errores sumida en la desesperación del fin.
Ella temía lo peor, sentía que debía cambiar eso en su interior, buscarse en medio de esa maraña de desencuentros y sollozos.
Las cosas se presentaban como para seguir soñando en un mundo indiferente, donde estaba sola con sus pensamientos, donde quizás podía hacer, y deshacer emociones, forjar aquello que siempre se le negó, pero aún no estaba segura de que saliera tal cual ella lo deseaba.
Su mundo no se extendía como su sueño, su mundo hostil no cedía a sus ruegos, los días seguían fiel a su andar de almanaque, faltaba poco, quizás menos de lo que ella pensaba para saber de qué lado estaba echada su suerte.
Hacía mucho esfuerzo para no influir en sus pensamientos. Solo dejar que Dios determine si podía gozar de ese pequeño bienestar espiritual por un tiempo más. Deshaciendo ilusiones sigue a la espera de la realidad.
Que lentamente va cubriendo de historia su camino, sabe que ese día esperado esta cerca, tan cerca que puede palparlo. Los sueños que se viven en la soledad de la noche siempre traen aparejado deseos y frustraciones.
Pero este se veía tan real que nada podría suceder, ese día estaba a la puerta de un gran momento que sellaría para siempre una historia aún no realizada pero bien ubicada en la realidad que esperaba.
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI.
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