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El cuarto número ocho

*En una pequeña clínica de este pueblo hay en el fondo del pasillo una habitación que solía llevar el número ocho. Ya no se sabe cuál es, porque se le cambió tanto de número que llegó a ocupar todos los posibles que van del uno al nueve, pues ésa es la escueta cantidad de cuartos que se reparten a uno y otro lado del corredor azul. La desesperada estrategia para paliar la mala reputación le ganó a la totalidad de los cuartos y al establecimiento entero la masiva renuencia.

Todo había comenzado una tarde de un día feriado, aburrido, gris e inertemente calmo. Era otoño, caían las primeras escarchas mañaneras y las hojas se desprendían con soltura de los árboles. En el cuarto ocho, una primeriza no encontraba programación de TV que la abstrajese de la inminente cesárea. La esperaba un muy planificado ingreso al quirófano. Yacía en la cama tratando de concentrarse en el televisor cuando la sobresaltó el llanto de un niño que provenía de debajo de las colchas donde viboreaba algo.

Las enfermeras llegaron de prisa y los expertos se asombraron ante el inaudito acontecimiento: una madre había dado a luz sin trabajo de parto. Sin duda, algún factor extraño había dilatado en extremo el útero de modo de permitir que el niño resbalara sin esfuerzo. Era también difícil explicar el hecho de que la madre hubiese permanecido insensible al dolor.

Aunque sospecharon de una hernia discal, preexistente condición que presentó la mujer bajo chequeo, no hubo ninguna evidencia del repentino estrangulamiento de la médula. Y ésa había sido la mejor teoría, tanto más porque la hernia terminaba encontrándose en una vértebra lumbar, lo cual, en condiciones extraordinarias, podía producir insensibilidad transitoria.

Como el niño era sano y su madre se encontraba en inmejorables condiciones de salud, el alta vino a los pocos días, como de ordinario. De más está decir que la controversia acerca de las causas del inusitado alumbramiento no llegaron nunca a esclarecerse. Sin embargo el suceso fue recordado más tarde cuando en el mismo cuarto una segunda embarazada dió a luz sin aparentes incidentes. Le habían colocado en el suero los analgésicos de costumbre y, tras los exámenes habituales, le había devuelto a su hijito vestido con las ropitas dispuestas por la familia.
El obstetra se apersonó pasadas unas horas. Saludó a la madre con entrenada deferencia y echó un vistazo a la tranquila criaturita que respiraba acompasadamente. La mujer lo vio fruncir el entrecejo.
—¿Está todo bien, doctor?
—Sí... sí...—contestó éste, esforzándose por dar a su voz un sonido convincente.
**
El doctor Luis Valente, obstetra de guardia, se encerró en el office de médicos y comenzó a redactar el informe.
Hizo y rehizo varias veces el texto. En cada oportunidad, tras la escritura, leía y releía la exposición, para terminar haciendo un bollo con la hoja y, con gesto vencido, retomar la tarea con un nuevo folio.
Apenas prestó atención cuando la puerta se abrió y entró su colega Roberto Aráoz .
-¿Qué ocurre, Luis? ¿También tú crees eso de la brujería de la pieza…¿ocho, nueve…? Ya no sé ni el número que le han dado hoy.
Por mi parte –siguió diciendo-, no creo en eso. Siempre –y lo has leído en los libros de historia médica- existieron parturientas que echaron a luz sus hijos como quien escupe en la salivadera. Esto, para mí, no tiene otra explicación que una casualidad venturosa.
-No me atrevo a asegurarlo, Roberto-. La mirada de Luis no se apartaba de la hoja. Hasta que, mirando a los ojos a su compañero, dijo:
-Amigo mío, te pediré una respuesta. ¿Por qué elegiste la medicina como profesión? ¿Qué te movió a hacerlo?
Descolocado por lo intempestivo de la pregunta, Aráoz elaboró una réplica de compromiso, acaso fortuita, como para no quedar callado.
-Y… la vocación…, la necesidad interior de salvar vidas, aliviar dolores, ...ya sabes, esas cosas.
-En mi caso, yo –Luis habló como resignando una verdad, como quien confiesa un secreto oculto en lo más íntimo-…yo tuve, además de tus mismas inquietudes, una condición sobrenatural. Pequeña, casi inadvertida en la infancia y descubierta más tarde: yo tengo la facultad de ver, a simple vista, el aura humana.
Se hizo un silencio grave. Luis Valente, acaso atisbando el disminuir de la turbación de su colega, prosiguió:
-Sí, mi amigo. Por esos misterios ocultos aún para el entendimiento humano, hay individuos que, como en mi caso, nacen con un don, una propiedad espiritual singular y paranormal, tal como la concebimos. Me tocó eso: poder percibir a simple vista ese hálito trascendental que rodea a los seres vivientes. Es un resplandor, una aureola, una emanación invisible para el ojo, pero que pudo fotografiarse con dispositivos especiales, hace ya muchos años.
-Y tú dices que…
-Digo que, merced a esa condición, me es posible observar el grado de enfermedad de un paciente. Ya se ha convertido en algo sistemático para mí: Si predomina un azul, es un individuo sano. Un amarillo señala un cierto grado de malestar. Un gris, una enfermedad. Y así con infinidad de combinaciones.
-¿Y a mí? ¿Cómo me ves a mí?-. La sonrisa de Roberto Aráoz parecía teñida de escepticismo.
-A ti te veo nimbado de verde, como a casi todos los médicos. Pero un rosa grisáceo secundario indica alguna molestia hepática…¿Qué tal esa presión portal…?
Aráoz se puso serio: en secreto mantenía un diagnóstico reciente de una incipiente cirrosis provocada por el exceso de consumo de alcohol, hecho que ocultaba vergonzosamente. Se rehizo:
-En definitiva –exclamó cambiando de tema- ¿A qué viene este rollo, por qué esta revelación, Luis? ¿Qué viste en esa habitación?
***
Era de noche y afuera el viento barría con molicie la hojarasca, zarandeando a ratos las ramas desnudas, donde algunos pájaros obstinados se acurrucaban con las carillas primitivas entre las plumas.

El doctor Luis Valente no había tenido la presencia de ánimo para ir a su casa, por lo que pernoctó en la clínica, El hombre acomodó su cuerpo flaco en un diván raído, hurgando en sus intersticios por algunas hormigas trasnochadas en busca de migas. Igual pasaba los dedos sobre su frente abatida por las arrugas, y en ratos mesaba los cabellos canos y ralos que dignificaban su rostro huesudo de orejas abiertas como para captar los secretos ominosos del mundo.

Varios moscos jorobados arremetían contra una ventana humedecida por el relente. Algunos se habían introducido por algún intersticio y llegaban en espirales torpes hasta el médico, quien los ignoraba hasta que los volvía ungüento artrópodo sobre sus brazos o cachetes.
Luis Valente recordaba con indignación su momento de flaqueza de horas atrás, y el instante del adormecimiento súbito en la pierna de su colega Roberto Aráoz, quien se inclinó intrigado a sobarse el muslo, ignorando el rostro contrito de Valente, y su inminente revelación sobre lo que vio en la sala de partos.
Luis Valente evocaba la escena “completa” que sólo él podía percibir: la figura regordeta de una presencia luminosa “oprimiendo” el sistema nervioso lumbar de Aráoz, provocándole la parestesia que para entonces ya hacía que el médico echara mano a lo más selecto de sus imprecaciones.

Luego el rostro rechoncho del “ser”, calándolo inquisitivo hasta que Luis Valente hizo un gesto de resignación, interpretado por el otro como la reafirmación de su pacto de silencio. Y al final “la presencia” apartando sus manos de Roberto Aráoz, quien quedó un rato intrigado por el cese súbito del hormigueo, para indignarse y salir dando un portazo a causa de la mueca burlona del viejo Luis Valente, quien ya tenía ganada su buena fama de excéntrico.

Luis Valente cerró los ojos, pero ni así se desprendió de su mente la secuencia donde “el ser” que se le presentara semanas antes como Jonás se inclinaba ante el recién nacido, dirigiéndole el índice a la frentecita tierna para prácticamente inflarle el aura como globo de una luz azul que a la larga lo convertiría en una criatura hiperactiva capaz de desquiciar a la madre Teresa de Calcuta.

“¡Puto fantasma metiche!”, masculló Luis Valente, el único consciente de “las travesuras” del ser que lo mismo le metía mano al forro periostio de los huesos, como a los cartílagos hialinos de las articulaciones de los enfermos; y quien recientemente se empecinaba en dilatar los úteros de las parturientas, a quienes les ahorraba las hiladas de contracciones valiéndose de su energía Qi maniobrada con la pericia de un orfebre de cepa.

Luis Valente abrió los ojos enrojecidos por el insomnio y afrontó un estremecimiento al que no se podía acostumbrar, pues de nuevo tenía enfrente la figura rotunda de Jonás, quien sesgó el rostro pícaro inclinando el “cuerpo” de luz naranja mientras se abocinaba la boca para confiar un secreto que Luis Valente se dispuso a escuchar.
****
Allguna vez fui niño…
-¿Si?- mascullo Luis Valente entre dientes, mientras ponia en duda si en realidad estaba acompañado -
-¿Te inquieta mi presencia ?
-No, lo que me inquieta es platicar con lo irreal, porque puede ser un serio problema de locura.
-¿Quieres entender porque ves lo que ellos no ven?
- No existe otra cosa que desee más que encontrar una explicación lógica a lo que me sucede.
-Alguna vez fui niño, y tambien hombre… ¿Te gusta el azul que irradia el cuarto no.8?
-A veces me gusta, pero otras me preocupa, en especial si solo lo veo yo.
-Te acostumbras a ella. ¿Te preguntaste por qué elegiste regresar?
-¿Regresar a donde?¿ De que hablas?
-Al lugar donde naciste Luis.
-¿Quieres jugar conmigo como juegas con todos?… Esta clinica es relativamente nueva.
-Te equivocas, te traje al mundo en este lugar, fui el medico que atendio a tu madre.
-¿Me trajiste al mundo? ¿Quieres confundirme?
-¿Loco porque puedes verme? Porque ves en los demas el estado fisico y emocional de su existencia, el color que cambia segun se deterioran y contaminan, triunfan o fracasan?
-Tambien fui niño Luis, naci en el cuarto no.8 como tu, y no es por casualidad que estoy aqui.
-Calla, calla… No existes, esto no es real.
- ¿Quieres saber quien soy y que hago en tu vida? Te dire… Este fue un lugar muy triste, no hace muchos años las mujeres morian de parto por todo el mundo, se llego a registar hasta un ochenta y cinco por ciento de muertes en parto por cesarea en mil ochocientos sesenta y cinco. Morían con dolores atroces y no existia entonces quien pudiera ayudarlas, no habia ciencia que pudiera liberar al bebe del vientre de su madre .
-Por favor… ¿Intentas enseñarme ?

-Aqui murio mi madre... Fue mi casa también, el lugar donde un humilde granjero salvó mi vida, abriendo su vientre después de muerta, con el cuchillo con que degollaba a los puercos.
-¿Y eso en que te convierte? ¿En un ente Salvador?
-Antes de conocer la vida conocimos la muerte Luis. Dice la historia que tenemos una relacion muy cercana a los Dioses, pero descartando eso, dediqué mi vida a buscar solucion al sufrimiento. Con los años me converti en una persona reconocida en medicina, en la ciencia. Rebusqué en las diversas culturasy encontre tantas personas que no volverían a irradiar su energía, los colores de su aura. Soy el intermediario Luis, el sanador.
-Si no me explicas con claridad de que cuernos estas hablando mejor vete!
_-Descubrí en los diversos viajes de investigación cosas nuevas, en Africa ya tenian tiempo practicando cesáreas en las que sobrevivian madre e hijo sin complicaciones, usaban simple alcohol como anestésico y algunas hierbas curativas que ayudaron con la infección post- parto. Fue entonces , que pude ver el color de la vida, pero tambien de la muerte y la enfermedad… En ese continente negro con gente humilde, recibi el don de sanidad. Luché con todo mi Corazón contra la presencia impiadosa, el naranja es representativo de salud. Después supe de ti.
-Ah por favor! Soy el heredero de todos los poderes? Y yo que hice?
-Eres el unico niño en la habitacion no.8, extraido de un vientre muerto… Hijo de la unica mujer que no pude salvar. No sabes cómo lo he sentido! … He estado en deuda contigo y con tu madre por tantos años, hasta que te encontré.
-Pero, ¿por qué en este lugar? ¿Que tiene que ver este lugar conmigo? ¿Con mi madre? ¿Me encontraste? ¿De que estas hablando? ¿Salvar de que? ¿Estaba enferma?

_Esta también fue tu casa, fue aquí donde vi la muerte, yo sabía a lo que me enfrentaba… pero era demasiado fuerte para un inexperto aprendiz de intercesor, nada pude hacer para salvarla.
-¿Lo que intentas decirme es que intervienes a los enfermos? Ya lo se! Cosa tan estupida!! Ya existen mejores metodos que las magias africanas para salvar de enfermedades o partos! para prolongar la vida por Dios!
_Lo que intento decir, es que en la habitacion no.8, solo entra quien viene acompañado de la muerte Luis, por eso murio mi madre, y la tuya, pero... Los habitantes del mundo siempre tuvieron ayuda de los supremos, lo altisimo. Siempre han existido intercesores, los elegidos.
Tú ahora solo puedes diagnosticarlos , Ves la enfermedad, pero no puedes sanarlos. Créeme que hubo otros tiempos en que fuimos juzgados como demonios, entes espirituales que posesionaban los cuerpos
No sabes cuántos niños y mujeres encinta murieron por esa creencia. Pero ahora estas aquí porque…
-¿Que te pasa?
_Estás aquí porque... alguna vez fui niño, un milagro de Dios.

Entonces Luis vió como el naranja que irradiaba Jonas, se tranformaba lentamente en violeta, rosa y luego blanco hasta difuminarse.

Todo parecia un mal sueño, una manera inconsciente de justificar la ignorancia de los extraños sucesos. ¡Debia ser un sueño! No estaba loco, era un médico y creía en la ciencia, la investigación, lo que la matemática de la vida, compagina la lógica del universo… Ja! Pensaba…!! Africanos!! Sí que se estaba volviendo loco!

Cerró nuevamente los ojos, el cuarto empezaba a despedir un brillo intenso. Vio el color de lo jamás visto, fue el color de lo divino, un blanco opaco en el que en su centro irradiaba un brillo diferente al de todas las cosas luminosas sobre la tierra y el universo. Una exquisita paz que se introduce centímetro a centímetro por el cuerpo, como si la misma estuviese viva y recorriera su nuevo hogar. Nada es comparable con el instante donde el todo te posee. Donde te vuelves uno... Te vuelves Dios.

Horas más tarde ,su cuerpo fue encontrado inerme sobre el viejo divan, Arauz incredulo busca el pulso, algun signo vital. Las mujeres de rostros redondos corren de un lado a otro, mientras
Luis Valente parece niño, con la imagen inocente de quien duerme.

En la habitacion No.8 una mujer grita desesperada, se habia programado una cesárea para dentro de cuatro horas, pero el liquido amniotico ya sale, las contracciones son demasiado frecuentes por lo que se anticipa la intervencion quirurgica, No tiene ni tres centímetros de dilatación. Al colocar la anestesia espinal , responde positivamente, pero de forma inesperada la mujer siente que se asfixia, intenta llamar a la enfermera, el anestesiologo, más ya no puede articular palabra, tiene el cuerpo paralizado. La enfermera la descubre inmóvil, se esta muriendo… Pide ayuda mientras coloca el oxígeno, pero es demasiado tarde, hay que sacar al bebe…

Arauz piensa en lo extraño de ver morir a alguien en la habitacion, en el tiempo que dirige la clinica, nunca nadie habia muerto. Observa el cuerpo de su colega y amigo Luis Valente “Ave Maria Purisima” reza… Recuerda la noche anterior, cuando le confesara de sus dones.
Mueve la cabeza y se retira diciendo… ! Estas son cosas del diablo!

FIN

Texto agregado el 19-10-2012, y leído por 330 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
19-10-2012 Felicitaciones, todo un desafío superado!!! andrurdna
19-10-2012 Muy bueno, creo que se superan día a día, los felicito! silvimar-
19-10-2012 Excelente, muy bien llevado, cada monstruo, como dice Zepol, le agregó algo nuevo, un enfoque diferente, ¡Felicitaciones a todos! loretopaz
19-10-2012 Con esos monstruos de las letras ¿cómo va a salir algo malo? Felicitaciones. ZEPOL
19-10-2012 interesante cuento muy bien llevado felicito a los participantes*********** yosoyasi2
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