La iglesia se derrumbó con estrépito y los fieles, que se encontraban arracimados bajo sus murallones en busca de protección, huyeron despavoridos, cada uno de ellos con una reprimenda interior para ese dios que les había puesto en peligro. El terremoto no perdonó a nada ni a nadie.
Varios meses después, en rigor, demasiado tiempo para los feligreses, que ya no contaban con un espacio físico para plasmar sus oraciones, se supo que se levantaría de nuevo aquel templo y la alegría inundó los corazones de todos los fieles. La iglesia había cumplido poco más de cien años y la que se edificaría ahora, intentaría parecerse a la antigua, con la salvedad que se emplearían elementos modernos y Dios proveería todo desde arriba.
-Los maestros gritaban: -¡Dios! ¡Envíanos cemento! Y Dios les proveía de cemento.
–¡Dios, necesitamos concreto! Y Dios, enviaba concreto. Y así, vigas, cerchas, columnas, mallas y cuanto material se requiriese, todo fue provisto por Dios.
Y no había milagro alguno en todo esto, sino la excelente faena de un buen especialista.
Cuando finalmente la iglesia estuvo construida, todos aplaudieron de entusiasmo. Dios, descendió de la enorme grúa que manipuló durante toda la obra y recibió las felicitaciones. Dióscoro, que gustaba de hacerse llamar Dios, había sido fundamental en la re-edificación de tan magna obra…
|