a Adriana Cabrera
que sujeta pizarrón con versos


Simple la noche, sin estrellas ni luna. Acicalas exaltado el cuerpo del viejo que mira el reloj. Lametazos incontrolados por la sencilla razón de arrojar toda tu furia en algo productivo. La serenidad del lugar le corresponde a la niña que habita en los retratos. Camina de un lado a otro de la casa, convirtiéndose en poco más que un espectro. Tocan a la puerta. Ella abre. Los buscan a todos, dan sus nombres, describen sus formas. La caracterización se las lleva el viento. Hace reír al más pintado. Desenfundando sus revólveres el viejo los amenaza que se vayan y vuelvan con una credencial menos hipócrita y no tan romántica. Se van nostálgicos. La calle vuelve a quedar sola. Por fin pueden los hipopótamos soñar sin escándalos. Quieren cerezas para el desayuno con ellos en un gran plato de verduras guisadas.