Extrañas vivencias
Me puse un excelente traje, reservado para grandes ocasiones, todo lo tenía a punto, y cuando pensé que nada podía alterar mi proyecto trasnochado, salí del apartamento. Corría un viento fuerte, no sé si eran vestigios del Garbi o tal vez ráfagas de tramontana por el frío que traía. El paso de los trenes subterráneos estremecían mis piernas, de súbito me entró un ingrávido nerviosismo, que aumentó, al recordar lo que leía en mis largas noches, cuyo asunto trataba sobre la peste negra que azotó Europa causando cerca de veinticinco millones de muertos. Nerviosismo y libro parecían haberse confabulado justo en el día que para mí era especial. Caminaba a la estación de Sants, y de allí al aeropuerto, rumbo a Sevilla. En el trayecto vi transeúntes apurados, llevando los cigarrillos a la boca, otros perdidos en sus pensamientos, turistas en su mayoría jóvenes, cargando pesadas mochilas. Aquella urbe encantada; que nos regala sol en cualquier época del año, aquel día también era presa de una pequeña llovizna.
La noche anterior, no pude conciliar el sueño, tanto por la obra que leía y porque recordaba el porqué del viaje: El encuentro por vez primera con Dasha, una joven rusa que conocí vía Internet. Observé muchas fotos que me envió y comprendí que era una mujer de rostro muy hermoso y por el análisis de nuestras charlas cotidianas por Internet, llegué a reflexionar que se trataba de una mujer estudiosa, inteligente y espiritualista. Por eso le dije te quiero, pero el te quiero, todavía se condicionaba al encuentro, de ahí también parte del nerviosismo. La impaciencia aumentaba debido a que no sabía su reacción cuando estuviésemos frente a frente. Con aquellas ideas consumía las calles mágicas de Barcelona, atrás quedaban el Ave Fénix, en el cruce de Balmes y la Gran Vía, el dragón en el Paseo de Gracia, atrás iban quedando; también, los recuerdos de los viejos amores que encontré.
Pronto advertí la estación de Sant, y de inmediato me dirigí al lugar donde salía el tren. No esperé demasiado, porque casi de inmediato, escuché su característico ruido. Subí en medio de empujones y pronto me perdí del lugar en el cual me encontraba, puesto que entré al mundo mágico creado por mi cerebro, donde las cosas imposibles se hacen fáciles y nuestros deseos se pueden materializar. Llegué al aeropuerto con anticipación, decidí caminar por los alrededores, luego presuponiendo la hora en que debería presentarme, apuré los pasos. De inmediato me encontré con una pequeña cola que se deshizo en poco tiempo. Subí medio agitado, imaginé viajar solo ya que en el asiento contiguo, se encontraba desocupado. Afortunadamente, no fue así, dado a que poco antes de que partiese el avión, apareció una viejecita con una vestimenta antigua que causaba risa. No pidió permiso y casi empujándome tomó asiento. Sujetaba entre los brazos una vieja cartera y de su muñeca izquierda colgaba una pequeña bolsa de tela. Ni se fijó en mí, se puso a mirar por la ventanilla. Y, en el punto en que el avión comenzó a moverse, realizó un movimiento extraño, pero se santiguó al momento que cerraba sus enormes ojos negros. Permaneció inmóvil y con un exiguo temblor en los labios. Colegí que rezaba, o quizás, entonaba una canción para si misma. En aquellos instantes evalué que era buena, aunque de un carácter irascible, no quería realizar el menor ruido para despertarla, porque intuía que podría reñirme. Comencé leer y la lectura mágicamente me hizo participe del contexto del libro, olvidándome de mi propia existencia.
De súbito, sentí un codazo en el costado izquierdo, di un sobresalto, sin dejar de mirarla, pero con mucha dulzura le pregunté:
—¿De qué parte de Sevilla es usted?
Luego de observarme detenidamente, desaguó entre dientes un monosílabo, quedé anonadado, esperaba más de ella, pero volvió a quedar en silencio.
Miré su vestimenta, rara tal y como su comportamiento, a pesar de ello intenté charlar, aprovechando su mirada de soslayo, algo me decía que ahora si respondería.
—¿Nos espera un largo viaje?
Abrió los ojos, reflexioné que al salir de su concentración, contestaría con palabras groseras por su fuerte carácter. ¡Pero…! Me equivoqué, pues dialogó con una vocecita agradable:
—No acostumbro hablar con desconocidos—no hubo más remedio que seguir callado y justo cuando iba a seguir leyendo, se despachó a su gusto —, es peligroso y uno se expone innecesariamente.
Dejó de hablar y antes que volviese con su rollo dije:
—¿Piensa qué soy peligroso?
—No… además tiene una obra que disipa todas mis dudas. Mire usted, en el huerto de nuestro Señor hay de todo: degenerados, aventureros, expresidiarios, timadores, chulos, golfos, desquiciados mentales, violadores, asesinos, pillos, holgazanes…
Por fin cayó, o quizás tomaba aire, para luego seguir con su larga letanía de personas de mal vivir, pues no siguió. Remojó los labios con su lengua, puso su cartera en el suelo, pero no dejaba de mirarla. Daba la impresión que escondía un pequeño tesoro. Sin el peso de ella, cogió la bolsa y con mucho cuidado sacó un bocadillo. Partió un pedazo y bruscamente lo ubicó en mi mano.
—Gracias.
—El jamón es de mi pueblo y el queso también
—¿Se puede saber dónde vive?
No es ningún misterio, vivo en Besalú.
—¡Besalú! Pequeña, pero con su hermoso puente.
Con ironía.
— .¿A caso Besalú es sólo un puente?
—Está demás decirlo, cuando uno va de turista, no le da importancia a las señales informativas.
—Y, las señales son importantes, si no se leen… no se enteran de nada. El puente data del siglo XI, y su construcción se basó en siete hermosos arcos. Por motivos históricamente conocidos, Besalú estuvo amurallado, hoy quedan algunos vestigios.
Por lo visto, gozaba de excelente memoria, quise preguntarle por su nombre, no lo hice porque en aquellos segundos volvió el recuerdo de Dasha. Refresqué mi retentiva con sus palabras “Si soy el amor de tu vida y tú el mío, lo sabremos en el instante que nos miremos a los ojos. Ya que nuestras mentes se comunicaron en el ciberespacio. Retorné al presente al escuchar la tos de la abuelita. No le hice caso y seguía tosiendo cada vez más fuerte, hasta que decidí ayudarle, pues deseaba calmar su endiablada tos.
—Mire, aquí tiene caramelitos: aliviarán la tos molestosa.
—¡Qué caramelitos ni ocho cuartos! Olvídate de la tos, pasa enseguida, lo preocupante es usted… que está ido.
Tenía razón, cada vez que pensaba en Dasha, parecía perderme en un mundo maravilloso que era simplemente, el de ella.
—Nada de eso, sólo descansaba.
—Pues no lo veo así, su manera de comportarse, demuestran un desorden mental.
Era demasiada astuta, hasta creí que podía interpretar los pensamientos, permanecí callado, y con su vocecita tan especial indicó:
—No deseo cansarlo con estos temas, siga leyendo, quien sabe si la lectura disipe su trastrocamiento.
—No diga eso, estoy un poquito nervioso, sin embargo, el tema es bonito.
Miró su vieja cartera y casi sin perderla de vista expresó:
—¿Vio el barrio judío? …Bueno seguro de que pasó por allí y ni se enteró—reí, porque lo recordaba muy bien—. Casi a la entrada, por allí se asentaron, éstos vivían en barrios propios y su principal monumento fue la Sinagoga que contaba con otras construcciones más pequeñas, unas de ellas eran los baños rituales llamados por ellos Miqueh. Más tarde se les dio el nombre de sefardíes, por ser descendientes de los primeros judíos que se asentaron en la Península Ibérica. Estos señores se unieron a los conquistadores de las tierras nuevas, en busca del apreciado metal amarillo. Fueron muy queridos por los monarcas, por los grandes beneficios económicos que aportaban a la corona. Ramban, magnífico pensador de… ¡La Mare de Deu! Se quedó de nuevo dormido.
—Se equivoca, le escuché con mucha atención.
Sin fijarse en mí concretó:
Si tiene algún problema, quizás pueda ayudar.
No, ningún problema, un poco de nervios, porque es la primera vez que veré a mi prometida, comprenda…para mi es angustioso y le soy sincero, a veces tengo miedo, pudiera ser que se siga de largo…
__Se trata de amores. ¡Joder…! Pensé que había matado a una persona. Si es así a lo mejor corre a tus brazos y te da un beso de fuego.
Reí por nerviosismo, pero a pesar de ello dije:
—Es una posibilidad, mas no dejo de pensar en lo que inquirió unos días antes del viaje.
—Si soy el amor de tu vida y tú el mío, lo sabremos cuando nos miremos a los ojos.
Sus labios experimentaron una tenue sonrisa y con una microscópica vocecita dijo:
—Gilipolleses, gilipolleses. Eres más tonto que Abundio.
Tuve que agudizar los oídos, quería escuchar lo que decía casi imperceptiblemente, al enterarme de que decía gilipolleses, reí a pierna suelta. Resultó ser un buen acompañante, pero la observé un poco cansada, cerró los ojos, al instante que apoyaba su cabeza en el espaldar. En ese punto, traté de poner la mente en blanco y olvidarme del presente. Dejar tranquila a Dasha de la influencia de mis pensamientos. De súbito creí retroceder al tiempo, recordé la estadía en Washington y la imagen de The George Washington Masonic Memorial, fantástico monumento, cuya estructura atraía e cientos de turistas por la belleza de sus líneas. Así mismo, las palabras de un Mason: “Se construyó con el propósito de honrar la memoria y virtudes del hermano George Washington” Vivía el pasado por segundos y en el pasado me vi charlando con un sacerdote.
—Todo lo que brilla no es oro, Se nota que tiene un enorme interés o ya es un masón consumado, creo que es obligación decirle que la masonería en si, es el gran engaño jamás imaginado por la humanidad.— quise apartarme de él porque tocaba instituciones, principios que amaba y creía, pero no lo hice—. Mire usted señor, los políticos de izquierda y derecha que son masones, fuera de la logia discuten, hasta se pelean físicamente, en un teatro que lo llamo infernal, debido a que es un engaño. Y cuando se reúnen en la logia masónica, se abrazan, beben excelentes licores muy fraternalmente. Allí tanto los hombres que se llaman defensores de los pobres, se reúnen con banqueros y empresarios para decidir a qué partido de izquierda o derecha van a financiar con el fin único de que gane las elecciones. Y así el pobre sigue siendo más pobre y el rico más rico. En ese punto, sentí un leve peñizco que forzó el desvanecimiento de ellos.
—Sigue como extraviado de la realidad.
—No es verdad, usted cuchucheaba con el Dios de los sueños.
—Yo no dormí, cerré los ojos, pues no quería escuchar el llanto de la criatura maltratada por su madre.
—Ha sido una palmadita sin importancia, ya que el angelito parece el demonio.
—Menos mal que ya no le pega. Me pregunto, ¿para qué tienen hijos? Sí son inmaduras, insatisfechas, insensibles e irresponsables.
Gracias a Dios no siguió con su letanía de palabras. De su gigantesca cartera sacó un pañuelo y se sonó de forma brusca, di una carcajada desviando algunos mocos que no iban a parar a su roído pañuelo.
Ella cerró los ojos, aproveché la oportunidad que se me presentaba y proseguí con la lectura, olvidándome de los kilómetros que faltaban para llegar a destino y de Dasha.
Al rato, dejé de leer, voltee la cabeza y vi que dormía profundamente, le di un minúsculo remesón, ni lo sintió. Esperé un buen rato y volví a realizar la operación, pero daba la impresión de no sentir nada. Imité a la abuelita, quería preparar cada palabra que le diría, cada movimiento y hasta la forma de entregarle la rosa roja que compré y que con mucho cuidado guardaba en el maletín. Mas no pude, volví advertir un insignificante peñizco. No percibí dolor, más bien alegría porque disipó todas las dudas y con voz pausada, pero firme habló:
—¿Cómo va el ánimo?
—A usted no puedo mentirle…me siento muy nervioso.
—Le voy alejar las preocupaciones, concéntrese. ¿Podría decirme que ruta recorrió el primer tren en España?
—No tengo idea.
Se rió, luego habló:
—Me lo suponía, no se preocupe, le contaré algunos hechos que son históricos y así se olvida de su terrible encuentro —se volvió a reír puesto que sabía que sus palabras traían ironía—. Mire usted señor, el primer recorrido se realizó de Barcelona a Mataró, el 28 de octubre del año 1848, ya se puede imaginar como recibió el pueblo la llegada del tren, fue algo inolvidable, puesto que los habitantes rebosaban de alegría. Y el primer maquinista que efectuó el recorrido se llamó Tom Redson de origen inglés.
Dejó de hablar y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, sabía que recordaba un hecho triste.
—Falta poco, pronto el avión aterrizará y…
—Hay tiempo de sobra, Tom Redson condujo la locomotora hasta el final de su vida. Y recuerde bien lo que sigue. El día que le dieron de baja, debido a que ya no podía dar más servicios Redson expresó:
“Máquina Mataró y yo, los dos hemos muertos juntos.
El avión comenzó a perder altura, ya que pronto aterrizaría. Se puso a mirar por la ventanilla y de esa posición nadie la movió. Fui al baño por nerviosismo, con el pretexto de poner en orden mis cabellos y lavarme las manos. No sé cuanto tiempo pasó, a mí regreso, observé el asiento de la abuelita y lo encontré vacío. En mi desesperación por encontrarla y antes del aterrizaje, me di tiempo para buscarla. Nadie daba razón de su paradero, todos con los cinturones abrochados esperaban el aterrizaje. Fui a mi asiento, cerré los ojos deseaba dibujar su rostro, no pude hacerlo, Sentí el rose de las ruedas al contactar con el suelo, luego aplausos. A los pocos minutos, el pasadizo se llenó, no se podía pasar, no obstante, miré y remiré, mas ella se había esfumado. Recordé una y mil veces su vocecita tan peculiar, su bello rostro, y los recuerdos aumentaron mi tristeza, así mismo, sus ojos que cuando me miraban, estimaba que transmitían una energía positiva. Ojos hermosos y soñadores; trazados en línea recta entre las sienes plateadas. A veces vivarachos, a veces sollozantes. Cogí el maletín con mucho cuidado, sentía pena por no haberle dado el beso de despedida. Contemplé el asiento donde ella estuvo. Y mis ojos se clavaron en un amarillento papel, lo cogí y en el preciso momento en que palpé al tiempo detenerse y con el los pasajeros, leí el nombre impreso en la nómina y, la sorpresa fue mayúscula, pues allí aparecía escrito el nombre de Tom Redson. Quise volver a leer, no fue posible, se desintegró en miles de partículas que lentamente se fueron alejando. Al volver a la normalidad, respiré varias veces y casi empujado por los pasajeros, bajé del avión, no sé si envejecí deprisa o quizás mis yoes se unificaron formando una sólida estructura humana, no lo sé. Sólo que era otro hombre que iba al encuentro de su querida Dasha y que durante el viaje se llenó de extrañas vivencias.
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